El poeta y el periodista, otra vez

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Hace más de un año, en mi bitácora comenté un libro de poemas de Miguel Veyrat titulado Babel bajo la Luna. Me atreví a relacionar la oscuridad y la claridad, la oscuridad babélica del origen (no hay manera de entendernos) y la claridad cartesiana que nos impone la comunicación (necesitamos entendernos). Cuando cerré mi primera etapa como blogger, hice desaparecer todas las entradas de aquella bitácora (Los archivos de Justo Serna, 2005). 

Un par de lectores fervientes (no descubriré quiénes) me han pedido expresamente que reponga (como en los cines de antaño) aquel texto mío. Aunque no acostumbro a repetir por repetir, deseo complacer a  estos seguidores y, por tanto, vuelvo a colgar otra vez de mi blog ese texto. Ha de interpretarse sobre todo como el aturdimiento que experimenté al leer el poemario de Veyrat. Creo que debo reponerlo como homenaje a un lector –el propio Veyrat— que me es fiel a pesar de nuestras serias discrepancias sobre la Transición política española (asunto que, por cierto, muy pronto volveré a tratar para provocar la animosidad de mis queridos radicales).

Ahora, además de mi texto, lo que le pediría al autor de Babel bajo la Luna es que con mano maestra seleccionara unos poemas con el fin de incluirlos y añadirlos en este scriptorium…, para deleite de los adeptos.

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El poeta y el periodista

(6 de marzo de 2005)

El pasado 10 de febrero [de 2005] Félix de Azúa publicó un artículo en el verso de la sección de Opinión de El País. Era un texto extraño, algo así como una venganza tardía y en parte rencorosa contra una generación, la suya. La razón: haber quedado fascinada en los años sesenta y setenta por el lenguaje abstruso del estructuralismo, por la oscuridad verbal de Roland Barthes, por ejemplo: por la tiniebla expresiva de unos autores de procedencia francesa, Louis Althusser, Julia Kristeva, entre otros, que tanto habrían atentado contra la claridad (la clarté, ay), unos autores que habrían hablado con hermetismo y con resuelto desenfado, con esa libertad enunciativa que da  la palabra esotérica en la que resuenan los ecos remotos de los poetas voluntariamente indescifrables. Azúa les afeaba su locución, su coquetería, su artificio, su irresponsabilidad verbal.

En España, la consecuencia de aquellas indigestas lecturas, añade, habría sido la de una generación intelectual aquejada de confusas charlatanerías, además de una incapacidad manifiesta  para ejercer la crítica. De aquellas tinieblas se habría seguido un galimatías expresivo, el desorden verdaderamente alfabético, de unos políticos  inhabilitados para llamar a las cosas por su nombre. El propio Azúa admitía la evidente exageración de su panfleto, un ajuste de cuentas en el que le propinaba un puntapié a Ibarretxe y a sus adeptos o a Carrillo y a sus antiguos camaradas en el trasero del Roland Barthes. Tal vez, Azúa pecaba de lo mismo que denunciaba y, por tanto, su argumento contra toda una generación tenía su mejor prueba en la andanada y en el estrépito del propio autor. Con ello no quiero afirmar que los españoles de su edad no merecieran una reprimenda por su irresponsabilidad verbal, pero tengo para mí que es mucho decir que esa irresponsabilidad procede de lecturas de unos autores que por ser frecuentemente impenetrables fueron más citados que leídos o comprendidos.

Pero olvidemos, de momento, a Azúa, al que siempre leo con delectación, y tomemos en serio el asunto de la clarté expresiva, algo que parece la mar de evidente, siendo como es el problema filosófico del siglo XX. O, mejor, no abandonemos aún al escritor barcelonés. Frente a la oscuridad de los colegas franceses, decía Azúa, los académicos británicos se habrían caracterizado por su claridad, para alivio de los lectores. La búsqueda de un lenguaje neutro y transparente, una prosa científica del mundo acoplada exactamente a lo real, habría sido su tarea básica. En efecto, ésta habría sido obra de todos los positivismos lingüísticos del Novecientos, una ímproba labor condenada en parte al fracaso, como el propio Wittgenstein llegó a reconocer al final de su célebre Tractatus. Lo importante, el significado profundo de las cosas, el sentido, la ética, los principios, los valores, en definitiva, no pueden ser objeto del lenguaje lógico y sólo quedan dos cosas: el silencio o, como en parte le pasó al pensador austriaco, la recaída en un misticismo renovado.

Los poetas  llevan tiempo intentando expresar lo inexpresable o al menos lamentando su frustración grave y se empeñan con las metáforas y con los otros recursos oscuros del lenguaje con el fin de rozar lo fundamental, que es lo que Wittgenstein intentó con majestuoso fracaso. Es cierto que el abuso de las metáforas es una lacra en el periodismo y en el lenguaje público. ¿Por qué razón? Porque tiende a convertir en simbólico lo que es real, bien concreto, una cosa o persona que siempre pertenecen a un contexto y que por el hecho de devenir emblema de algo que los sobrepasa dejan de ser lo que en verdad son. Tomar el rascacielos Windsor como metáfora ha convertido su incendio en símbolo de la ruina política del Gobierno Zapatero; tomar el hundimiento de las edificaciones del Carmelo como metáfora ha servido para tratarlo como símbolo de la ruina política de Cataluña. El Windsor y el Carmelo son dos acontecimientos concretos, unos acontecimientos con damnificados a los que no les debe de hacer ninguna gracia que los piensen como emblema de nada: sólo quieren, supongo, que les reconozcan como seres concretos que han padecido de la incuria autonómica o municipal o empresarial.

Pero que se abuse de estas operaciones retóricas no significa que podamos o debamos desprendernos de las metáforas en el lenguaje público. No son ganga desechable: en la práctica nos servimos de ellas en el lenguaje corriente (como de un eficacísimo instrumento) y al final empleamos algunas sin ser conscientes de su origen, imperceptibles e instaladas ya en nuestros usos. Pero las metáforas de los poetas son de otra índole, por supuesto, y rastrean la oscuridad que hay siempre en el hecho de nombrar las cosas, esa oscuridad de la que hacía crítica guasona Félix de Azúa. El escritor barcelonés hablaba de intelectuales franceses, unos intelectuales a los que podremos dispensar o no nuestro aprecio o recuerdo, pero en todo caso deberemos admitir, contra Azúa, que fueron los miembros de una generación, la de posguerra, que se propuso poner al día (que no ocultar) el pensamiento de un país sumido en el estupor. Y en ello les fue de especial ayuda el saber de Heidegger.

Acabo de leer un importante libro de poemas recién aparecido. Su título:  Babel bajo la luna. Veo que su autor, Miguel Veyrat, parte de una invocación precisamente heideggeriana, una cita extraída de uno de los textos del filósofo alemán y plantea buena parte de los interrogantes que aquí he expresado sobre la clarté o sobre las tinieblas. Dice así Heidegger: “el exceso de claridad arrojó al poeta a las tinieblas”. Tiene un gran valor ese exergo, ese principio, porque quien lo asume, Miguel Veyrat, es poeta y es periodista, alguien que debe batallar con las palabras sabiendo que oscuridad y claridad, en lo privado  y en lo público, en el lenguaje particular del creador o en el lenguaje común de la crónica, no se resuelven tan sencillamente como parecía defender  Azúa. Entre otras cosas, porque cuando hablamos expresamos las voces de otros aunque no lo sepamos, voces cuyo significado se adosa a nuestras palabras. La conciencia de ese hecho le sirve a Miguel Veyrat para hacer explícitos los ecos de otros poetas o pensadores que quiere hacer resonar en sus poemas.

Aún me cuesta sobreponerme a la erudición herida de la que hay muestra explícita e implícita en su libro, un estrépito inagotable de cánticos previos, de unas voces que le preceden y que hace propias expresando esa deuda y, a la vez, convirtiéndose él mismo en portavoz involuntario de un coro a veces inaudible y no siempre afinado y congruente, el nuestro, el de los contemporáneos de la incertidumbre, que es él y que somos nosotros. De ahí, precisamente, el subtítulo que le da al libro:  Trilogía de la incertidumbre. Entre las muchas cosas a las que pasa revista o sobre las que se pronuncia oscuramente, desde esas tinieblas que habita, según el Heidegger que invoca, está el individuo solo, inarticulado, que espera y desea empezar a hablar, a expresarse, para lo cual se sirve de un armazón lingüístico heredado, rabiando a la vez por inaugurar el lenguaje, un lenguaje que tiene por propósito, nada menos, que el de designar el mundo, algo que es inaprensible y dudoso, algo que se está edificando (como la Torre de Babel) al tiempo que se hace la propia expresión y el nombre de las cosas.

En todos sus poemas, la palabra herida, insuficiente, aventurada, es la gran cuestión del ser, digámoslo con Heidegger, y es la gran zozobra de su poesía, la necesidad y la imposibilidad de nombrar las cosas, del nombrar como gran operación de asimilación del mundo. Por lo que le he leído se trata de una tarea y de un empeño que hacen propiamente humanos a los hombres. Y con ello revelan de otro modo lo que es la arrogancia de nuestra especie, sabedora de sus límites, esa muerte, esa carencia física; así como ese lenguaje que coincide (eso queremos creer) con los límites de ese mundo: limitados pero vomitándose a sí mismos, como transeúntes desposeídos, antiguos habitantes de… ¿un paraíso?, que abandonamos con el pesar inconsolable de los primeros desterrados para, como dice Cioran, caer en el tiempo,  peatones del camino real, aspirantes a suplantar a ese ser ignoto y primordial, tal vez tiránico, distante y a la vez imperfecto por el que se empezó a edificar la Torre.

Hay en sus poemas un eco de la fantasía primordial de la unidad indiferenciada entre el hombre y la naturaleza y, por otro, hay también y principalmente una nostalgia o un espanto (no sé) de aquel tiempo, prebabélico, en que coincidían las palabras y las cosas, de aquella fase auroral en la que disponíamos de un solo significante para cada cosa que nombrar. Pero aquello se dilapidó y no hay restitución posible del objeto perdido.  El ser que canta en los poemas parece desear con afán y con horror  una vuelta al origen, a ese origen en que ese mismo ser se desconocía y sólo era potencialidad sin actualizar. Hay, en efecto, en todo el libro una fantasía trágica de retorno, de muerte, un deseo de regresar para recuperar, aunque fuera con las palabras, aquello que perdió, pero esa recuperación fantasmagórica anularía su propia subjetividad: la plenitud del paraíso prebabélico sería, en efecto, la pérdida del ser mismo que habla.

No predica la náusea ni tampoco se abandona a un lenguaje torrencial, sino al cripticismo heideggeriano, a la oscuridad herida y sentida. Practica una observación deslumbrada y paradójica, viviendo en un espacio que sabe temporal, intentando celebrar el goce de las pequeñas cosas de la  vida sin revestirlas a la vez de trascendencia grave o esencial: sólo que son un misterio que el lenguaje ordinario no aclara, no ilumina, no liquida. El amor, por ejemplo, ese amor carnal que aparece constantemente, en parte velado y en parte obscenamente expuesto. Pero la decadencia o la muerte acechan, nos acechan. Por eso la voz que se expresa en los poemas no parece tomarse con sobrante énfasis y se contempla con ironía, con la ternura y el distanciamiento incluso sarcástico del que se reconoce sólo y desvalido. De ahí que la muerte, los huesos, el fuego candente que consume, la hoguera, las brasas o las gotas de agua que se evaporan, el rocío, la lluvia que llueve hacia arriba, fenómenos cuya evanescencia expresan nuestra finitud, incluso la circunstancia angustiosa y liberadora de ser uno mismo propiamente imaginario, sean las imágenes poéticas de que se sirve con angustia y recurrencia.

¿Aún estamos dispuestos a hablar de la inutilidad de lo oscuro, de lo indescifrable? Michel Foucault, otro pensador de aquella generación que mencionaba Félix de Azúa, escribió un volumen que fue luz (vaya, otra metáfora) de aquella cohorte de pensadores. Llevaba por título Las palabras y las cosas. Paradójicamente, con un idioma propio, Foucault arrojó luz sobre el lenguaje, sobre los lenguajes públicos y científicos que han constituido una parte de Occidente y analizó la locución de las ciencias, cierto, cuyo “exceso de claridad arrojó al poeta a las tinieblas”. De ese poeta heideggeriano, Miguel Veyrat, consciente de la insuficiencia verbal de la claridad, nos habla Babel bajo la luna

Una conmoción.

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Scriptorium:

Primera selección de poemas de Miguel Veyrat 

Segunda selección de poemas de Miguel Veyrat

 

32 comentarios

  1. He dudado mucho antes de decidir si sería adecuado, o no, que interviniera hoy en este blog. Voy a hacerlo, pero sólo para darte las gracias —a tí y a los que lean tus palabras y mis versos— y decirte que considero una enorme responsabilidad haber causado en un lector tan atento, profundo y cualificado como tú, lo que denominas, nada menos, que una conmoción. Lo que me produce un cierto rubor. Lo cual, a mi edad, debería alegrarme.

  2. Felicito desde aquí (sin haber leído sus versos) a Miguel Veyrat. pese a nuestras obvias divergencias (también hay alguna coincidencia) somo colegas por partida doble, pues yo también hago periodismo y poesía Un artículo está más cerca de un poema que un cuento o una novela, pero un poema no es un artículo ni viceversa, cosa que no todos lo practicantes de la doble militancia saben distinguir. por cierto que Azúa publicó hará unos quince días en El País una estupendísima (anti)foucaultiana que comparto casi al cien por cien…

    No puedo seguir porque voy al pase y rueda de prensa matinal de una película, pero intentaré meter aquí mi artículo del viernes pasado, que va de esto también.

    Gracias, maestro Serna, por ofrecernos estas oportunidades.

    /Users/itubau/Desktop/BEN CLARK OK copia

  3. «Entre las muchas cosas a las que pasa revista o sobre las que se pronuncia oscuramente, desde esas tinieblas que habita, según el Heidegger que invoca, está el individuo solo, inarticulado, que espera y desea empezar a hablar, a expresarse, para lo cual se sirve de un armazón lingüístico heredado, rabiando a la vez por inaugurar el lenguaje, un lenguaje que tiene por propósito, nada menos, que el de designar el mundo, algo que es inaprensible y dudoso, algo que se está edificando (como la Torre de Babel) al tiempo que se hace la propia expresión y el nombre de las cosas.»
    Sublimación. Eso es lo que me producen artículos como éste Sr. Serna.
    Aleje la «Transición» todo lo que pueda, que aquello fué una «componenda» entre mercaderes.

    Sublime:
    . adj. Excelso, eminente, de elevación extraordinaria. U. m. en sent. fig. apl. a cosas morales o intelectuales. Se dice especialmente de las concepciones mentales y de las producciones literarias y artísticas o de lo que en ellas tiene por caracteres distintivos grandeza y sencillez admirables. Se aplica también a las personas.

  4. Agradezco a los intervinientes lo que es sólo una descripción literal de lo que me provocó la lectura del ‘Babel’ de Miguel Veyrat. Espero que ahora que he colgado una selección de sus poemas pueda verse lo que digo. Por otra parte, tres cosas quiero añadir: una para el Sr. Moreno (tan generoso, tan amable), otra para Ivan Tubau (igualmente desmedido en los elogios) y otra para el público en general. La primera es que regresaré sobre la Transición (pese a quien pese) y diré lo que crea que debo decir. No tardaré. La segunda es que Ivan Tubau recibirá su merecido: de su libro ‘Semen’, el libro de poemas que tuvo la amabilidad de mandarme, trataré bien pronto. Espero no traicionar el sentimiento culto y culterano que la carne descrita provoca. La tercera es que trataré también el AntiFoucault de Azúa, una astuta hipergeneralización: con ello espero abordar brevemente qué le debemos a una generación, la de Foucault.

  5. Serna lo que has escrito es ilegible. Es tan obscuro como lo que Félix de Azua denuncia. O sea que tu le pones enredo a la cosa.

  6. Me parece que està fuera de lugar el comentario de Paco. Lo que ha escrito J serna es legible, muy legible. Lo que nos plantea es el enredo que supone comunicarnos y yo -como aprendiz de periodista- creo que esta reseña me aclara muchas cosas referidas al problema de Babel.

  7. Vendrá la muerte y tendrá

    tus ojos. Y no sabrán los míos

    mirar hacia qué norte,

    hacia qué resplandeciente nada

    entregar la nueva imagen,

    hacia qué pozo.

    Cuando la niebla disuelva

    mi memoria, miraré

    hacia dentro buscando su sentido

    a las fronteras, a las llamas

    y a las rosas. Yo mismo seré

    tu última mirada. Con tus propios

    ojos miraré mi muerte.
    ====================================
    Cuando esa niebla aparezca que sea lenta y que me envuelva y lleve por paisajes perdidos en los inicios de mi viaje…

    Gracias, gracias…amigo Veyrat.

  8. Señor Veyrat. Ruborizarse, a cualquier edad, es señal de vitalidad.
    Por tanto, ruborícese lo que le apetezca mientras el resto nos conmocionamos.

    Paco, hay que saber distinguir lo ilegible de lo que nuestras entendederas son capaces de absorber. Yo he tenido que leer dos veces, lo reconozco porque muchas cosas se me escapaban por falta de conocimiento del tema.

  9. Pido mil perdones por ser un ignorante,por no conocer a muchos de los participantes del blog,Pido perdón por ser un atrevido al introducirme en este exquisito blog.¡Dios mío!.¿Cómo he podido ni siquiera poner una a?.Nunca creí en el cielo,pero solo porque no conocí a los dioses. Hoy ya creo que el cielo existe y que yo lo he mancillado.

  10. Quería decir foro y no foto, pero puede usted hacerse un fotomatón vestido de angelito del Misteri d’Elx, con alitas y todo, tocando un arpa. Luego se la manda a Serna por si la quiere publicar aquí.

  11. Serna hoy se estàn pasando tus amigos. Dices maravillas de un poeta y el poeta y sus amigos te lo agradecen. A ver. Así cualquiera. De verdad lo que dices es tan excelso? Eh? Yo creo que eres un enredante.

  12. Uno. Gracias de nuevo, Serna. Aunque debo volver a irme (a una lectura de García Montero, el del taxi), me daré antes una vuelta de ojeo por los versos veyrateños que nos ofreces en tu scriptorium.
    Dos. Moreno, me sumes en la confusión. Los versos que metes no sé hasta dónde y desde dónde son tuyos, de Veyrat o de Pavese: «Verrà la morte ed avrà i tuoi occhi…» A ver si me lo aclara la visita al scriptorium, que deberé dejar para la noche.
    Tres. He visto esta mañana un documental muy interesante, de Carles Balagué (el de «La casita blanca») que os recomiendo. Especialmente a los historiadores, como nuestro posadero y acaso algún huésped too. Se titula ·De Madrid a la luna» y cubre (mayormente mediante testimonios de supervivientes) el período español que va del aterrizaje de Eisenhower en MAD hasta el alunizaje americano. Serna: el productor (Pérez Giner), que es valenciano, ha dicho que su ciudad es difícil pero que intenta estrenarla ahí también. O sea que ojo: previsiblemente durará poco en la cartelera.
    Veo que mi intento anterior de meter el artículo sobre poesía ha facasado, de modo que hago un nuevo (y último) intento por el procedimiento desesperado.

    Viernes, 27 de octubre de 2006. Año: XVIII. Numero: 6160.

    CATALUNYA

    Ben Clark, poeta ibicenco

    ENTRE LA POESIA QUE VA DE NO SER POESIA Y LA POESIA QUE NO SE DISFRAZA DE OTRA COSA, SINO QUE VA DE POESIA Y CUENTA COSAS, HAY UNA GRAN DIFERENCIA. EL IBICENCO DEL TITULO PERTENECE AL SEGUNDO GRUPO

    IVAN TUBAU

    Tengo una antología en las manos: Poesía pasión. Subtítulo, Doce jóvenes poetas españoles. Zaragoza, 2004. Uno de los antologados, Christian Tubau, nacido en 1977 y con premios que van de Badalona a Oviedo, empieza así un «no poema» del libro Cuando no aún el poema, premiado en Tenerife: «Propongo reescribir sin motivo / un poema que consista en ser / deliberadamente / algo menos que un poema». Pues vaya. Ahí te quedas. Con tu pan te lo comas.El tal Tubau (ningún parentesco con el firmante de este artículo) huele a discípulo de aquel canario con bigotito llamado Andrés Sánchez Robayna, inventor de la poesía llamada del silencio.La que dice no poder serlo pero ensambla antologías donde sus cultivadores se autobombean unos a otros concluyendo que esa es la buena y no la de Mérimée. No es extraño que esos no aún poemas no los lea ni Dios, que tiene todo el tiempo. Salgo a la calle a respirar, como Neruda antes de escribir los magníficos versos de El hombre invisible, primera de sus Odas elementales.
    Dudando entre suicidio y revolución, tiro por la calle de en medio y me meto en una librería que me pilla cerca. Voy hacia el escueto rincón poemático. Veo una cubierta anaranjada de la colección Hiperión, que lleva más de 500 poemarios publicados: Ben Clark, Los hijos de los hijos de la ira. Hombre, un americano ampliando el título de Dámaso Alonso, a alguno de cuyos mejores versos saqué punta en mis ya lejanos Domicilios transitorios.Pero bajo el título leo: «XXI Premio de Poesía Hiperión». Ah, caramba. Se trata pues de un poeta español o así. Si -como los hacedores de Frankfurt nos han enseñado- literatura catalana es la escrita en catalán, la escrita en español será española…

    Abro el libro por la primera página con versos, la 13. Empieza así: «Llovía en las aceras y en las casas. / Llovía en todo el siglo XXI. / Teníamos entonces nueve años / y una idea aturdida del amor. / Llovía en todo el siglo XXI». La breve aventura de estos Hansel y Gretel del siglo 21 termina así: «Ya no habría consuelo en nuestras almas. / Habíamos llegado tarde al mundo».Más adelante, justificando el título del libro: «Los hijos de los hijos de la ira, / herederos de todos los despojos». O estos dos versos: «Para poder vivir, nos exigieron / abandonar las ganas de estar vivos».

    Vaya, pienso: poemas que dicen cosas. La poesía, fenecida con aquel cristiano nacido en Montgat en 1977, escritor en español de algo menos que un poema, ha resucitado con este hijo de ingleses nacido en Ibiza en 1984, que escribe versos francamente buenos -en castellano, catalán, inglés e incluso francés-, entendibles por los lectores de poesía en general (que por supuesto somos menos aún que los happy few de Stendhal) y no por ello inferiores a los que no se entienden por mor de su puritana impotencia silenciosa.Detrás de este libro que Clark escribió becado por un año en Córdoba por la Fundación Antonio Gala están Carver, Bukowski o Ginsberg, por supuesto, pero seguramente también Andrés Estellés, Shakespeare, Brassens, Dylan, Juan de la Cruz, Ausiàs March o incluso Zavattini. «El excipiente rítmico de la poesía de Clark es de base clásica, pero su discurso no está escayolado». Lo escribió hace poco Angel Luis Prieto de Paula, el mejor crítico actual de poesía española (véase si no su meticuloso estudio académico sobre Martínez Sarrión o su agudo análisis periodístico del soberbio Jesús Lizano).

  13. Estimado Iván, tu olfato de poeta y buen lector no te ha engañado: El poema que cita Moreno es mío y forma parte de una de las pequeñas colecciones que me pidió Justo Serna: Abre, en efecto, con los dos famosos versos de Pavese dedicados a la «donna dalla voce rauca». Sólo que el original publicado avisaba de su condición forastera en letra cursiva, desaparecida en su viaje por el ciberespacio —aparte de que en el libro del que procede aparece una nota especificando su procedencia. Aclarado pues, pido excusas por ese involuntario asalto a mi venerado Pavese en lo que debía haber sido exactamente lo que ha querido ser: Un homenaje.

  14. Señores Veyrat y Tubau: Acabo de comprobar que la traducción del pavesiano verso «Verrà la morte ed avrà i tuoi occhi» viene en cursiva en la pequeña antología que publica don Justo en el Scriptorium. No desaparecieron las cursivas en el ciberespacio, lo que pasa es que el señor Moreno, no avisado en tales delicadezas entre escritores e intertextualidades varias, emocionado por el poema, olvidó editarlas. Voilà, chers amis.

  15. Leí en su día el artículo del profesor Justo Serna con atención, y también he leído el último texto de Azúa contra Foucault. Respecto a dicho artículo, no comparto incondicionalmente su crítica aunque reconozco que da en el clavo en algún punto; por supuesto que muchos tipos de verdades impuestas o soterradas devienen en construcciones que justifican y refuerzas posiciones de poder o son reflejo de las estructuras socio-culturales (o económicas para quien guste, más bien de todo un poco). Las más sencillas de deconstruir (utilizando la terminología derridiana) son los códigos y normas sociales o morales. También ciertos presupuestos epistemológicos. E incluso la ciencia se apoya en las bases poco sólidas de determinados presupuestos ontológicos y su metodología esconde prácticas ideológicas. Pero fuera de todo esto, el resultado científico tiene un status – no diré de verdad pues sería demasiado atrevido por mi parte – distinto de cualquier otro tipo de actividad cultural, pues que el modelo que explica un fenómeno natural de alguna manera se ajuste y dé una primera aproximación a los datos que medimos u observamos del mundo (sea lo que sea) le confiere una potencia singular, independientemente de que dicho modelo esté influido o no por estructuras sociales; no negaré esto, lo asumo, pero ningún teórico de la ciencia actual afirmará que el modelo sea isomorfo a la realidad, más bien, si no es un ingenuo, hará énfasis en que se trata de una construcción humana que pretende explicar fenómenos percibidos, lo cual deja a la ciencia natural dentro de nuestro sistema de signos, sí, pero con la excepcionalidad que le confiere que los datos (y esto, aunque no podamos decir nada, como nos diría Wittgenstein, afecta a nuestra vidas, pues somos alguna cosa y estamos en algún sitio, pese a que estas palabras sólo apunten a lo que es) remiten al exterior, al fuera de texto y de cualquier cierre semiótico. No dudo que algunos posestructuralistas y relativistas se empecinaran en el “no hay fuera de texto”; no distinguieron entre compresión humana y vida natural. Y de alguna manera ese fue el error de Foucault, pero Azúa lo extiende a toda su filosofía (a toda la de su tiempo). Y es que los ingleses podrían ser muy lógicos y claros, pero los franceses se colaban entre los huesos del reluciente y rígido esqueleto de la filosofía analítica (o cualquiera ontoteológica) para desmontarlo y sacar a relucir sus carencias, su filisteísmo, en cierto sentido. No me extraña que su prosa fuera oscura como complejas y multiduales – y muy escurridizas- eran las consecuencias que obtenían. Y paradójicamente esto lo escribe un (proyecto de) matemático, pero consciente de las limitaciones del logicismo y el análisis, así como de cualquier verdad eterna y absoluta (¿dónde?).

  16. Con la lengua fuera, casi a toro pasado, en un día terrible, llego aquí porque no puedo callar, porque debo y quiero hablar de Veyrat.

    ¿Qué es ilegible, Paco? ¿Qué has tenido que leer dos veces, Russafa? ¿De qué habla Arnau que no le importa nada demostar así su envidia?

    Vamos a ver: Yo tengo un privilegio extraordinario: Conozco a Miguel Veyrat y tengo toda mi casa y mi vida llenos de su verso y su prosa, de ese latido intenso y bellísimo de su ritmo musical, de su pensamiento y de su genio. ¿Qué es eso de que el generoso, el amigo, el intelectual Justo Serna trae aquí a sus amigos¿ ¿Pero de qué habla ésta gente? ¿Hay que callar el talento, si es que es de un amigo? Estoy muy cansada y dejo mi educación a un lado para decirles ¡anda ya! Están verdes, dijo la zorra.

    Siento tanto tener que recordad constantemente lo de la España miserable, ayer dominadora que, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora…

    Cuando uno es cortito, cuando uno no sabe distinguir, debe escuchar y callar, Paco y Arnau queridos. Han tenido ustedes la suerte de que seres superiores se le muestren aquí y le permitan opinar, pues ¡callen, hombres! y disfruten de lo que la vida le otorga.

    No, no quiero seguir por éste camino, sólo quiero mostrar la alegría de ver aquí a «mi autor» en las palabras de «mi historiador», lo demás son garambainas y, como no estoy en casa y no tengo a mano los versos hermosos y en ritmo de tres que quería poner, copio los que puse en otro lugar, hermosos y en perfecto ritmo de tres de mi poeta, del poeta que me ha demostrado que aún es posible, que siempre es posible que amanezca de nuevo en la poesía y que nada está dicho porque, cuando él lo dice, en su ritmo de tres, nos vuelve a descubrir el mundo y la poesía.

    CANCIÓN PARA EL CAMINO
    (Tudela, año 1070)

    Alma mía,
    ya sabrás
    que nada hay
    entre tus manos
    sino un tronco
    de árbol hueco,
    cuyas ramas
    estarán secas
    mañana.

    ¡Entiérrate desnuda,
    paloma que de noche
    por las calles vaga!

    ¡De la zaga
    a la zaga, busca
    a quien te ama!
    __________

    Miguel Veyrat

    De La voz de los poetas
    ___________________

    AVE EN EL TEJADO

    Dame un corazón
    de carne
    y que desangre
    alegría.

    Y una razón
    que tiemble
    con la esencia
    de la tórtola.

    Para que cante,
    dame
    ahora mismo
    un nuevo corazón:

    Ahora que ya no estoy.
    __________

    Miguel Veyrat.

    De La voz de los poetas.
    __________

    ¡Y los he oído en su voz! La requeterepera ¿Verdad, Cafe?

    Gracias, Justo, por hacer honor así a su nombre y por traernos aquí lo más exquisito.

  17. Aunque llego un poco tarde al blog , no quiero dejar de hacerlo, comparto también con Ana Serrano esa falta de tiempo que nos impide disfrutar de las cosas buenas del día, como la lectura pausada y detenida del blog. Una vez más Justo Serna nos conduce sobre las líneas de su Scriptorium hacia una lectura estupenda.

    Señor Veyrat sólo puedo decir que su obra también ofrece luz en el lenguaje de las palabras y de los sentidos, la idea del llamado “retorno al ser”.

    Es evidente, que la poesía no es un entretenimiento inofensivo como creen muchos, ni es tampoco un compuesto de relaciones irracionales como han dicho otros. La poesía tiene razones que la razón no conoce, tiene derecho a entrar en campos vedados, a construir su mundo con una lógica suya propia que no es la lógica habitual. Así su irracionalidad no es sino aparente. Ella es profundamente racional dentro de su razón de ser, de su íntima realidad. Sí la verdadera poesía contiene siempre en su esencia un sentido de rebelión, es porque ella es protesta contra los límites impuestos al hombre por el hombre mismo, y por la naturaleza.

    “Quiero sólo ser
    la luz del sol pintada
    sobre una pared”

  18. Un desastre esto de las prisas. Donde he escrito: «Han tenido ustedes la suerte de que seres superiores se le muestren aquí y le permitan opinar,», he querido escribir: «han tenido ustedes la suerte de que seres superiores se les muestren aquí y les permitan opinar,»

    Aunque llegue tarde y aunque esté cansada ¡Qué bien, Julia! Y qué bien saber expresar lo culto y lo erudito con la sencillez que usted lo hace, que lo hace siempre. No sé si es profesora, pero debe ser un placer, si lo es, asistir a sus clases. Está todo muchísimo más claro cuando usted nos lo dice.

    ¡Gracias!

    Ah, y que conste. Yo no conozco a julia Puig; no es mi amiga. Nunca la he visto y la he descubierto aquí, gacias a Justo Serna, como tantas otras cosas estupendas.

    Que es que hay que explicarlo todo, hombre.

  19. Vaya, gracias M Veyrat por tus escrituras y comentarios aquí, bonito texto el de hoy y me voy a dormir con esas palabrejas, a ver si mañana estoy más fresca que estoy enferma en casa…ayssssssss, qué mal me sienta el otoño. Un saludo y guten nacht!

  20. Tras el rubor inicial, sólo me queda agradecer los testimonios de lectura que aquí se han hecho. Gracias, queridos amigos. Un poeta —algunos piensan lo contrario— necesita sobre todo ser leído, hallar el camino hacia la bóveda cordial del otro y recibir desde allí un nuevo aliento que le guíe. Y, sí, Julia Puig, tiene toda la razón: Nada hay menos inofensivo que la poesía.

  21. Más vale tarde que nunca. Por fin he leído los poemas de Veyrat. Impresionantes. Gracias, Serna Gracias, Veyrat. Sea mi modesto homenaje traer aquí el mejor de todos esos poemas, habiéndome tomado la libertad de dividir en dos su último verso. Pido perdón por ello pero soy pejiguero y creo que así su impacto es aún mayor. ¿No debiéramos los lectores tener derecho de intervención, acertado o no, en la poesía? ¿No dijo un buen poeta que un buen poema lo termina el lector?

    Ahí va el espléndido poema de Veyrat (con la división anunciada):

    Después de Auschwitz
    después de Guantánamo y Gaza
    nosotros seguiremos
    escribiendo poesía.

  22. Gracias, Iván, sobre todo viniendo de un estupendo poeta como tú. Y es cierto: el poema lo termina siempre el lector. ¿Para cuando la poesía interactiva? Estás invitado. Un abrazo.

  23. Ana.
    Yo no he dicho que haya tenido que leer dos veces a Miguel. Probablemente me faltan estudios universitarios, no lo dudo, para entender el lenguaje deconstrutivo, pero JAMAS he dicho que no entienda a Miguel.

    Y cuando no entiendo sobre algo, suelo callar. Como hago muchos días.

  24. Pero Russafa, que yo no he dicho que no entiendas a Veyrat, que sólo te he preguntado que qué es lo que habías tenido que leer dos veces (tú lo habías dicho) no te he dicho a ti nada más, por dios. No creo que los estudios universitarios tengan nada que ver con el entendimiento, ni siquiera con la cultura.

  25. Disculpa Ana que hoy me ha pillado con el tiento torcido.
    el hecho de leer dos veces es cierto, pero no los poemas de Miguel. Me refería a determinados lenguajes que se utilizan, como comentaba Justo.
    Hoy no estoy impasible, lo siento, me debe de estar afectando el calor de València

  26. Nada que disculpar, hermosa, en todo caso tú a mí claro que hay que releer, a veces, dos y más veces algunas cosas. Es que hay mucho partidario de aquello de que, si está claro, obscurezcámoslo (sí, con be ¿qué pasa? -en jarras- y no por ti, que conste, Russafilla mía).

  27. Magnífico Veyrat, magnífico Tubau -sin embargo, amigos- y, Ana, don Antonio no habló de España miserable sino de Castilla.
    Y, de postre:
    TANKA DEL POSTRE
    Mermelada y eso:
    arquitecturas de amor,
    dulce de lengua,
    berenjenas con queso,
    pesar del corazón.

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