Alfons Cervera y Javier Cercas

libros0. Alfons Cervera y Javier Cercas. Nada tienen que ver entre sí pero la pura chiripa ha hecho que mi lectura de sus últimos libros prácticamente coincida. Cosas que pasan… Hace cuatro años, en 2005, en la primera etapa de este blog, abordaba también la lectura conjunta de ambos autores.

Y escribía: «Días atrás, el 16 de abril [de 2005], en las páginas de la edición valenciana de El País, Ferran Bono le hacía una entrevista a Alfons Cervera con motivo de la publicación de una novela suya. Cervera es un novelista riguroso, apreciado, que ha hecho de la exhumación del pasado, de la rememoración del franquismo, parte de su tarea narradora. ‘El escritor toma partido’, decía, y por eso, desde su concepción comprometida, ‘lo que no vale es la neutralidad del narrador’, añadía. Por consiguiente, ‘el narrador de la historia tiene que escoger un punto de vista desde el cual contar’, y en su caso, aclaraba Ferran Bono, ‘no duda en situarse al lado de los perdedores, de las víctimas de la dictadura’. Rechaza, pues, lo que en la entrevista llamaba ‘esa literatura del 50%, esa literatura de la equidistancia’, que espera hablar de reconciliación entre la derecha y la izquierda, a las que igualaría equilibrando en cierto modo las actuaciones de ambos bandos en la Guerra Civil y en la República. Según apostillaba el periodista, Cervera inscribe la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, en este grupo, si bien, insistía el escritor, ‘no pretendía polemizar’…» Me entrometí en esta discusión y escribí sobre el particular. Ahora regreso a Cervera y a Cercas.


AlfonsCervera1. Mi madre. Leo de un tirón Esas vidas (Montesinos, 2009), el último libro de Alfons Cervera, un volumen que no llega a las ciento cincuenta páginas, pero que tiene la densidad de unas extensas y dolorosas memorias. Lo leo de un tirón no porque sea ligerito, sino porque te fuerza, te obliga, con su desarrollo, con la intriga personal o familiar, con la expresión de unos sentimientos que siempre son ambivalentes y desgarrados.

¿Qué puedes experimentar cuando tu madre emprende un proceso acelerado de decrepitud que la lleva a la muerte próxima, obvia? Si las relaciones son normales, lo primero que sientes es tristeza, la evidencia de que nada puedes hacer para detener el fin. Crees que puedes sacar a esa persona de la fatalidad, pero no: no es posible porque ella se ha rendido. Entonces, sientes un punto de rencor, un resentimiento repentino y antiguo. Durante año y medio, la madre se abandona a un mutismo arbitrario; se abandona a un aislamiento destructivo; se abandona a una hostilidad creciente. Tiene una enfermedad que parece justificar ese estado; ha padecido un episodio, un accidente, que ha agravado o destapado la circunstancia.

¿Entonces? ¿No debería sentir piedad, sólo piedad? Lo verdaderamente conmovedor de Esas vidas es el sentimiento de impiedad y rencor que el hijo puede llegar a experimentar, un resentimiento mudo que carece de salida. O sí: la muerte de la propia madre, una liberación. Qué extraño, qué raro. Muchos lectores hemos podido atravesar situaciones semejantes a las descritas por Cervera en su libro, pero no todos somos capaces de darles forma verbal, orden. Hablar de la muerte es una paradoja: hablamos de segundas, de manera vicaria, jamás directamente. En realidad, Cervera no escribe un libro sobre la muerte, sino sobre los sentimientos de quien acompaña: ese hijo que cuida  a quien va abandonándose hasta fallecer. 

Perdonen la trivialidad: el tiempo no pasa en balde. Todo lo que rodea al hijo se vuelve significativo: los muebles, unos viejos papeles en los que hay condena, una fotografía antigua. «La casa estaba llena de cosas inservibles. Los armarios escondían manchas de sombra, telas roídas por la polilla, algunas otras que aún enteras resultaba inñutiles. En el fondo de una convacha oscura había tres maletas, una caja con libros descuartizados, los restos hechos trizas de un uniforme de soldado», dice Cervera. Esos restos no sirven, pero son significativos y remiten a un pasado que se ignora, algo que condiciona sin que se sepa por qué. Los indicios materiales de otro tiempo permiten rememorar lo pretérito, la vida en común y las existencias previas, aquellas que el hijo no conoció. ¿Pero qué sentido tienen? La madre no ayuda, claro: su mutismo agresivo no facilita la pesquisa. 

¿Es una situación común que muchos hemos podido vivir? ¿Qué significado tienen esos objetos? No son baratijas o antiguallas, sino piezas sueltas y escasas de un rompecabezas personal. Alfons Cervera dice que escribe semanas después de la muerte de la madre, pero no en la casa de Los Yesares que habitó, sino en Grenoble, durante una estancia académica: mientras asiste a un Congreso sobre la memoria individual y la memoria colectiva. La situación es la del extrañamiento y gracias a la distancia lo rememorado cobra un orden y un sentido. Se mezclan los tiempos y los lugares de la enunciación, en presente y en pasado, en Los Yesares y en Grenoble.

A pesar del alejamiento físico, en la ciudad francesa todo parece remitir a la experiencia por la que acaba de pasar. El resultado es un relato que aturde hasta aterrar: escribir expresamente sobre el sentimiento del rencor y del dolor no es nada sencillo. Una madre que  evita cualquier manifestación de afecto, un padre ya muerto que siempre calló lo fundamental, una generación trastornada por una guerra perdida y silenciada. El hijo escribe en Grenoble, en un exilio figurado y provisional, y todo lo que fueron su infancia y su juventud –la condición humilde de panaderos, de lecheros– revive en estas páginas con los recursos cultos de la cita erudita, de la literatura leída, de los libros que completan la experiencia: con Stendhal al fondo, siempre al fondo.

Vivir no es sólo lo factual: es también lo mental, lo imaginado, incluso lo fantaseado, esas experiencias secundarias y potenciales que nos hacemos sin necesidad de actuar. Los libros nos llenan con referencias que despiertan otra vez a partir de las sugerencias de lo externo, a partir de las analogías sorprendentes que hallamos en la vida. Salgo aturdido de estas páginas, ya digo. Yo nunca he sido tan sincero cuando hablo de sentimientos paternofiliales. No puedo; no quiero.

JavierCercas2. Mi padre. Escribo sobre el último libro de Javier Cercas en Ojos de Papel. Anatomía de un instante (Mondadori, 2009) es una crónica del 23-F, sin duda. Pero sobre todo es una reflexión sobre el padre, la generación del padre. Un padre muerto al que ya no puedes interrogar;  un hombre que vivió callada, silenciosamente, el franquismo: adaptado, sin mayor incomodidad, al régimen. ¿Cómo has de interpretar su acción o su omisión? ¿Cómo has de interpretar los hechos que tú no viviste? 

La pregunta que Cercas se formula es muy parecida a la que Cervera se plantea: también su padre muerto es todo un enigma por aclarar. Yo mismo me veo entre Cercas y Cervera, y como ellos también yo me pregunto por mi padre y por mi madre. Me interrogo sobre su adaptación o silencio ante el franquismo, sobre su derrota o su comodidad. No quiero juzgarlo. Tampoco  quiero juzgar mis sentimientos. Leo y me dejo llevar. ¿Qué dice Cercas sobre Adolfo Suárez?

Cuando relata los actos del político, examina indirectamente la generación de su padre. Cercas no pretende «vindicar la figura de Suárez, ni denigrarla, ni siquiera  evaluarla, sino sólo explorar el significado de un gesto. Mentiría sin embargo si dijera que Suárez me inspiraba por entonces demasiada simpatía: mientras estuvo en el poder yo era un adolescente y nunca lo consideré más que un escalador del franquismo que había prosperado partiéndose el espinazo a fuerza de reverencias, un político oportunista, reaccionario, beatón, superficial y marrullero que encarnaba lo que yo más detestaba en mi país y a quien mucho me temo que identificaba con mi padre, suarista pertinaz; con el tiempo mi opinión sobre mi padre había mejorado…».  También la mía. ¿Y su opinión sobre Suárez?

No la revelaré. Así, ustedes leen a Cercas y descubren cómo construye el personaje, qué juicio tiene sobre cada uno de sus instantes decisivos y qué valoración de conjunto hace. En realidad, lo que importa es la relación que el narrador tiene con el objeto narrado, la implicación personal, incluso los sentimientos que vuelca o hace explícitos. ¿Eso le resta méritos como cronista de hechos? En absoluto. En esta obra, Cercas no hace ficción: avisa cuando conjetura. Una conjetura enunciada a partir de hechos no es ficción: es posibilidad. ¿Hay fuentes que la sostengan? No todo lo que decimos o escribimos se puede fundamentar siempre en informaciones fehacientes. Pero eso no nos frena para interpretar. Los documentos son las pruebas; las conjeturas son las posibilidades. Cercas examina el derrotero de la generación paterna y, de paso, enjuicia a su propia generación (que es la mía): la de los adolescentes de la transición.

En cambio, Gregorio Morán, de quien leo Adolfo Suárez. Ambición y destino (Debate, 2009), analiza las ficciones de su generación, que es también la de Alfons Cervera. Eran jóvenes ya talluditos cuando Suárez ganaba las primeras elecciones. Morán, que es cronista, se permite licencias de novelista: fantasea sobre situaciones de las que nunca habrá datos, documentación o contraste, cosa que hace, además, erigiéndose en desfacedor de ficciones y presunciones. Por otra parte se permite también todo tipo de sarcasmos. ¿Sobre quién? Sobre todos. Es un hábito antiguo en este autor. Aún recuerdo cuando leí El maestro en el erial (Tusquets, 1998), la obra que Morán dedicó a José Ortega y Gasset.

Su nuevo libro, el dedicado a Suárez, atrapa. Es vertiginoso y la lectura de dicha crónica es provechosa. Pero tiene varios problemas que no se dan en el novelista Cercas. ¿Cuáles son? Tres. Primero: una parte esencial de la información de Morán procede de conversaciones privadas que el autor mantuvo con algunos protagonistas ya fallecidos de la transición política, conversaciones que no data ni localiza, cosa que impide cualquier verificación. Segundo: la descripción viene acompañada de valoraciones, de sarcasmos, de chascarrillos, cosa que entretiene mucho al tiempo que dificulta un examen riguroso. Tercero: la escritura de un libro tan extenso, de un volumen  que sobrepasa las seiscientas páginas, es algo descuidada, con fórmulas expresivas cacofónicas, con confusiones y con licencias verbales muy dudosas.

¿Qué les recomiendo? Pues que lean a Cervera, su dolor íntimo; que lean a Cercas, su pesquisa familiar; y, si tienen ánimo, que lean la literatura atropellada de Morán, su novelón generacional.

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Hemeroteca del mes

Justo Serna, reseña de Anatomía de un instante, de Javier Cercas, Ojos de Papel, 1 de junio de 2009

Justo Serna, «El narrador y el héroe. Conversación con Javier Cercas», Ojos de Papel, 26 de junio de 2006

Francisco Fuster, reseña de En la carretera, de Jack Kerouac, Ojos de Papel, 1 de junio de 2009

18 comentarios

  1. Escribes el artículo con maestría, y con el entusiasmo propio de un gran lector que acaba de leer un libro fascinante. Cercas estará encantado de que alguien como tú le haga una reseña tan admirable como esta; y tan bella, pues la concluyes con la reconciliación de Cercas con el padre muerto. Así, en el lector (de la reseña) aflora una emoción que empieza a fraguarse cuando expones que el autor del libro pretende “explicar y explicarse una generación: la de su padre”, emoción que va in crescendo y que alcanza su punto álgido cuando –como ya he dicho más arriba- Cercas se reconcilia con su padre muerto. Sin duda, “una confesión que aún nos conmueve”.

  2. Por Dios, Isabel. Bueno, Javier Cercas me ha escrito, sí. Está contento, pero podemos ponernos a discutir…

  3. Me acabo de dar cuenta ahora, leyendo tu reseña del libro de Cercas, de que Rogelio ha catalogado tu reseña como de «no ficción» y la mía sobre el libro de Keroauc como «ficción». No deja ser curioso porque yo creo que ni el de Keroauc es ficción pura, ni el de Cercas es «no ficción». En cualquier caso, es un tema interesante a discutir.

    No he leído el libro de Cercas, pero le vi en una entrevista que le hicieron sobre el libro y he leído tu reseña. Me parece que ha escrito el típico libro demasiado bien escrito como para ser considerado Historia (ahí volvemos al tema del otro día sobre si los historiadores pueden o no escribir bien), pero también demasiado documentado como para que el autor quiera que lo cataloguen como una novela más al uso. Hablando del libro con un compañero del Depto. que trabaja sobre la Transición, me decía que el libro tenía altas dosis de ficción. No lo sé, la verdad. Tampoco es la Transición un tema de mis preferidos. Lo que si que me gusta es reflexionar sobre la relación historia y literatura y, en este sentido, este libro y otros (el de Pérez Reverte sobre el 2 de mayo, por ejemplo; o el de Jordi Gracia sobre Rdruejo) dan mucho juego.

    A mi personalmente, para ser sinceros, debo reconocer que estos libros me ponen un poco nervioso. Yo soy más partidario de llamar a las novelas «novelas» y a los ensayos o manuales de historia, «ensayos» y «manuales de historia». No quiero hacerme pesado con Baroja ni comparar autores, pero hasta donde yo sé, Baroja (o Galdós, si a alguien le gusta más) nunca dijo que escribiera libros de historia, por muy documentados que estuvieran. Él escribía novelas; novelas tan bien hechas que muchas veces, eran mejores para conocer y comprender el pasado, que el libro de historia más documentado. Pero nunca dejaban de ser novelas, literatura.

    Y sobre el libro de Alfons Cervera, poco puedo decir porque no lo he leído. A Alfons le he escuchado hablar algunas veces en directo (incluyendo la cerveza que nos tomamos con él en Gandía), casi siempre sobre literatura o sobre la memoria histórica y me parece un tipo muy interesante. Tiene un tono reposado, pero a la vez comprometido con lo que dice, que se agradece. He visto que este verano imparte otro seminario en Gandía sobre memoria histórica, pero no pone el nombre de los ponentes.

  4. Hola, Paco, creo que planteas algunas cuestiones interesantes, pero no sé si podemos tratarlas extensamente en este espacio. Los límites de la ficción es un asunto inacabable.

    Dices del libro de Cercas: «Me parece que ha escrito el típico libro demasiado bien escrito como para ser considerado Historia (…), pero también demasiado documentado como para que el autor quiera que lo cataloguen como una novela más al uso. Hablando del libro con un compañero del Depto. que trabaja sobre la Transición, me decía que el libro tenía altas dosis de ficción».

    Pues no estoy de acuerdo. Cercas NO ha escrito un libro de ficción. Como digo en mi reseña, cuando conjetura lo advierte expresamente. Los historiadores TAMBIÉN conjeturan cuando la documentación escasea. No es una operación fraudulenta si se presenta como tal.

    Y dices: «a mí personalmente, para ser sinceros, debo reconocer que estos libros me ponen un poco nervioso. Yo soy más partidario de llamar a las novelas “novelas” y a los ensayos o manuales de historia, “ensayos” y “manuales de historia”…»

    Pues no estoy de acuerdo, pero como es una cuestión de gustos no puedo entrar a discutirla.

    En cuanto al libro de Alfons Cervera, no se trata de si uno lo ha leído o no. Es el tema que Cervera aborda aquello que tiene una dimensión general: la muerte y los sentimientos ambivalentes que provoca.
    Son temas complejos.

    Me ocurre algo parecido a lo que Alexandre me pide sobre el debate acerca de la ‘débil nacionalización’. Yo le recomendaría que leyera ‘Escolta, Espanya’, de Borja de Riquer. Allí está el texto suyo que da pie al debate historiográfico.

    http://books.google.es/

    Le recomendaría igualmente el texto de Ferran Archilés: «¿Quien necesita la nación débil? La débil nacionalización española y los historiadores», Usos públicos de la Historia: Comunicaciones al VI Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea (Zaragoza, 2002).

    Volveré, que dijo Terminator.

  5. Magnífica reseña, Justo. Resulta muy manido y hasta un pelín aprovechado decir que expresa -infinitamente mejor de lo que yo podría hacerlo- lo que yo leí y entendí del libro, pero así es en realidad.

    Quiero incidir, sobre todo, en esa sensación que tenemos, al leerlo, los que vivimos ese «instante» de la vida común española, cómodamente asentados en nuestra situación particular, de no haber sabido, o querido, actuar positivamente en la formación de esa parte de la historia. Que, pese a ser los destinatarios directos de ella, nos limitamos a «verla suceder» como vemos las series televisivas, como meros espectadores.

    Esto es una confesión por mi parte. Pero no quiero con ello hacer una aproximación al sacramento cristiano, que no me merece ningún respeto. Yo no busco absolución. Hoy día intento, en la medida de lo posible, ser partícipe de la historia que estamos creando en este instante. Aunque sólo sea para que mis hijos me entiendan mejor a mí de lo que yo comprendí a mis mayores. Así de cercano me ha resultado a mí el libro de Cercas.

  6. El tema de la novela de Alfons Cervera me ha recordado la narración que Simone de Beauvoir realizó, allá por 1964, sobre la muerte de su madre. Por razones que ahora no vienen al caso ayer mismo reflexionaba sobre determinadas experiencias de la vida y de cómo esas experiencias, hondas, trascendentales, únicas, cambian a quienes las sienten de forma decisiva. Es como si antes de esa experiencia vieras el mundo de una forma y, después, de otra completamente distinta, más consciente, más sentida. Reflexionaba, entonces, sobre lo poco que sé de la vida, sobre lo maravilloso que es vivirla… y sobre la dificultad que entraña escribir sobre algo que apenas conozco.

    Analizando la situación de quien sobrevive, el fallecimiento del padre o de la madre me parece una de esas experiencias (lamentables, tremendas, pero inevitables) que transforman a quien pierde a ese ser querido. No puedo sino leer esas narraciones sobrecogido, con sumo respeto y tristeza, pero también admirando la belleza que el amor y el dolor producen: en el caso de Cervera esa imagen del hijo exiliado, figurada y provisionalmente en Grenoble. No sé, ya les digo, no soy quien…, pero parece que la muerte de los progenitores, de alguno de los progenitores, sea una suerte de exilio, temporal, provisional, necesario, pero una suerte de exilio parecido, no sé por qué, a lo que Javier Cercas comenta de Suárez: “…para entonces su mente había abdicado y él estaba en otro lugar, lejos de sí mismo”. La diferencia es que en Suárez el proceso es permanente, mientras que en el doliente esa sensación de vacío, de abdicación, de derrota, de pérdida de identidad y de memoria, es temporal, o así debería serlo. Perdónenme. Tal vez nada de esto sea así y estas palabras mías no sean más que (auto)análisis salvaje.

    Pero miren, a través de Beauvoir encuentro una nueva relación –más allá del tema de la muerte de los padres, de la búsqueda del sentido, de los sentimientos, etc.- entre el libro de Alfons Cervera (“Esas vidas”) y el de Cercas (“Anatomía de un instante”). Dice Simone al final de su narración: “Mi madre alentaba al optimismo cuando impedida y moribunda afirmaba el precio infinito de cada instante”. El precio infinito de cada instante.

    El señor Serna lo dice muy bien en su reseña (perdón por la sangría): “Las personas nos revestimos con una máscara protectora (…) Al carecer de datos abundantes (…) es un individuo al que sólo podremos conocer superficialmente. (…) Con los restos, con los tics, con los rasgos de aquellos personajes damos sentido a los múltiples seres con quienes tratamos o nos tropezamos (…) Creemos reconocer aquel carácter (…) Por eso, lo nuestro es un tanteo descriptivo (…) remedos aproximados (…) Y así vamos tirando (…) Nos simplificamos, pues. Como simplificamos a nuestros contemporáneos”.

    Con todas esas expresiones Serna habla de los mecanismos que utilizamos para encuadrar a gente que no conocemos personalmente. Pero hace unos días comentábamos la imposibilidad de conocer realmente a alguien, así que la cita que he extraído de la reseña de Serna es aplicable a cualquier persona, incluso a nuestro padre, incluso a nuestra madre. De ahí, también, el exilio, pues lo que creías conocer, lo que te resultaba propio, se revela como distante, como “otro”. Si nuestros padres ser revelan, finalmente, de alguna manera y de forma inevitable, como unos desconocidos, la frase de Beauvoir y el título de la crónica de Cercas redoblan su significado: al final lo único que vale, lo que de verdad cuenta, es el instante, un instante nimio, minúsculo, furtivo incluso, en el que sin embargo, sin comprenderlo totalmente y a veces sin advertirlo, se condensa la verdad de nuestra existencia, el sentido de nuestra vida.

  7. Es curioso lo que dices, Alejandro.

    La idea del instante y de la elección es muy existencialista (cosa que nos lleva a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir). En ‘El existencialismo es un humanismo’, Sartre lo dice con rotundidad: no hay decisiones irrelevantes en la vida del individuo; cuando elige, elige por y para toda la humanidad. Cuando optamos, insiste Sartre, lo hacemos de acuerdo con un concepto de humanidad. Estoy condenado a elegir y ese acto es mi responsabilidad. En efecto, “al crear al hombre que queremos ser”, dice expresamente, implicamos a la humanidad en su conjunto, definimos un tipo especial de individuo y de relaciones. Nada más y nada menos. Tal vez ésta sea un moral excesiva. Por el peso que supone en cada acto nimio. No habría actos nimios, uf.

    Pero en el libro de Cercas la idea del instante, quizá del instante único que nos redime o condena, es sobre todo borgiana. Borgiana, en el buen sentido de dicha expresión. Cada acto convertido en instante único y decisivo –al modo sartriano– es asfixiante. Un acto, un solo acto de otros muchos ya realizados, que nos salve o nos hunda es quizá más llevadero: no justifica toda una vida, pero convierte el acto moral en heroico o abyecto y con ello nos trazamos de una vez. El asunto está en que es una concepción propiamente literaria que viene de las fuentes mismas de la tradición literaria. No sé si la vida la podemos juzgar con ese patrón. Desde luego, en un libro como el de Cercas, esa concepción me resulta muy atractiva: remite, ya digo, a las fuentes de la literatura, al origen y función del relato.

  8. Más que curioso, Justo, a mí me parece extraño lo que digo. Quería hablar de otras cosas, del libro de Cercas, de la reseña de Paco Fuster, de Kerouac, del «camino»…, pero he acabado hablando de algo completamente distinto. No sé. Supongo que lo que quería decir es que es en el instante donde está el sentido, pero creo que ni sartreano y borgiano, sino en el instante entendido como el vivir constante. No sé ¿tal vez sea eso lo que prentende mostrar Kerouac en «El camino»? ¿Me refiero yo a eso? Sigo sin saberlo. Dice Kerouac en esa obra: «… y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallas una luz azul y todo el mundo suelta un ¡Ahhh!».

    Y en otro sitio añade:

    «…porque me gustan demasiadas cosas y me confundo y desconcierto corriendo detrás de una estrella fugaz tras otra hasta que me hundo. Así es la noche, y eso produce. No puedo ofrecer más que mi propia confusión».

    Pues eso.

  9. Sigo el post:

    ¿Y su opinión sobre Suárez?

    No la revelaré. Así, ustedes leen a Cercas y descubren cómo construye al personaje, qué juicio tiene sobre cada uno de sus instantes decisivos y qué valoración de conjunto hace. En realidad, lo que importa es la relación que el narrador tiene con el objeto narrado, la implicación personal, incluso los sentimientos que vuelca o hace explícitos. ¿Eso le resta méritos como cronista de hechos? En absoluto. En esta obra, Cercas no hace ficción: avisa cuando conjetura. Una conjetura enunciada a partir de hechos no es ficción: es posibilidad. ¿Hay fuentes que la sostengan? No todo lo que decimos o escribimos se puede fundamentar siempre en informaciones fehacientes. Pero eso no nos frena para interpretar. Los documentos son las pruebas; las conjeturas son las posibilidades. Cercas examina el derrotero de la generación paterna y, de paso, enjuicia a su propia generación (que es la mía): la de los adolescentes de la transición.

    En cambio, Gregorio Morán, de quien leo Adolfo Suárez. Ambición y destino (Debate, 2009), analiza las ficciones de su generación, que es también la de Alfons Cervera. Eran jóvenes ya talluditos cuando Suárez ganaba las primeras elecciones. Morán, que es cronista, se permite licencias de novelista: fantasea sobre situaciones de las que jamás habrá datos, documentación o contraste, cosa que hace, además, erigiéndose en desfacedor de ficciones y presunciones. Por otra parte se permite también todo tipo de sarcasmos. ¿Sobre quién? Sobre todos. Es un hábito antiguo. Aún recuerdo cuando leí El maestro en erial, la obra que Morán dedicó a José Ortega y Gasset…

  10. Bueno, yo sigo: Paco, me ha gustado e interesado mucho tu reseña de Kerouac, y tengo para ti dos preguntas al respecto. Como es la primera vez que haces una reseña de un libro que ya he leído me interesaría mucho conocer tu opinión, ya de forma más informal, acerca de hasta que punto te ha gustado la novela y, por otro lado, por qué crees que este libro sigue gustando tanto en la actualidad (si es que lo sigue haciendo), pasados ya más de 50 años de su escritura.

    Con respecto a la mezcla de géneros en una misma obra me gusta recordar el ¿ensayo? ¿novela? ¿narración? de Enrique Vila-Matas “Bartleby el escribiente”, una verdadera joya. La idea de diluir en una misma narración las fronteras de los géneros literarios, parece haberse puesto de moda en los últimos años, aunque personalmente creo que no es nada nuevo, que se viene haciendo desde hace muchísimos siglos, pero bueno, parece que ahora de lo que se trata es de explicitarlo. No importa. De todos modos me parece un tema interesante.

    A partir de aquí voy a simplificar mucho, así que no me lo tengan muy en cuenta. Más allá del proceso de documentación, la “buena” novela, esté ambientada en un pasado “histórico” o no, lo que creo que busca (una de las cosas que busca) es transmitir una “verdad”, un conocimiento provechoso sobre algo (el alma humana, la interpretación de un suceso, una tragedia, una injusticia, un determinado comportamiento…). Por ejemplo y si no recuerdo mal, en “Trafalgar” Galdós novela ese hecho histórico con rigor y documentación, sí, y eso es útil para el lector y para el historiador (en varios sentidos), pero en realidad, tras esa historia visible se esconde otra (se esconden muchas, pero bueno…), otra que tal vez sea la verdaderamente importante, de la que la primera es mera excusa: el horror de la guerra y cómo siempre es el pueblo, los ciudadanos corrientes, quienes pagan con su vida la avaricia y la ambición de los poderosos. La novela en realidad es una reflexión sobre ese asunto. El tema es universal, está claro, pero posiblemente esa idea subyacente y fundamental no tendría tanta fuerza si no fuera por la verosimilitud, la credibilidad y el trabajo de documentación que realiza Galdós (entre otras cosas). Eso es, para mí, literatura. Literatura entendida además como “clase de escritos que se distinguen por su belleza de estilo o expresión, su preocupación por la forma, a diferencia de los tratados científicos o trabajos en los que es prioritario el contenido sobre la preocupación estética”. La novela de Galdós, por tanto, me sirve a mí para hacerme una idea (muy buena en este caso) de cómo era la España del siglo XIX, pero si no me contara algo más, si no me aportara algo más, seguramente no la leería, sino que cogería un ensayo sobre la España del siglo XIX, no sé si me he explicado bien. Por ejemplo: no me gusta el «Capitán Alatriste» (aparte de porque me aburre) porque creo que, estando muy bien escrita (Pérez-Reverte escribe tremendamente bien), desaprovecha tanto al personaje como la situación histórica. En este caso si quiero saber algo del siglo XVII en España no me leo las novelas de Pérez-Reverte. Dedicidamente agarro un ensayo.

    Un último ejemplo. Hay una novela de ciencia ficción escrita por Clifford D. Simak titulada “Ciudad”. Es una extraordinaria novela de ciencia-ficción: entretenida, llena de aventuras, sucesos extraordinarios, trágicos, emotivos… pues bien, parece mentira que una novela que se desarrolla en un futuro lejano en el que la especie humana ha desaparecido y sólo se la recuerda por medio de leyendas, enseñe tantas lecciones de historia, hable con tanta profundidad sobre el alma humana, ayude a reflexionar tanto sobre nuestro mundo presente (1952), el sentido de nuestra vida y la función de la historia. Repito: eso es literatura. Seguiré luego.

  11. Comparto enteramente lo que sostiene Alejandro Lillo acerca de la novela. Como comparto lo que dice a propósito de la mezcla de géneros: «Con respecto a la mezcla de géneros en una misma obra me gusta recordar el ¿ensayo? ¿novela? ¿narración? de Enrique Vila-Matas “Bartleby el escribiente”, una verdadera joya. La idea de diluir en una misma narración las fronteras de los géneros literarios, parece haberse puesto de moda en los últimos años, aunque personalmente creo que no es nada nuevo, que se viene haciendo desde hace muchísimos siglos, pero bueno, parece que ahora de lo que se trata es de explicitarlo. No importa. De todos modos me parece un tema interesante».

    Efectivamente. Clifford Geertz analizó en un capítulo de su libro ‘Conocimiento local’ lo que él llamaba «géneros confusos», refiriéndose en su caso a las débiles fronteras que separan la filosofía, la historia y la literatura en la obra de ciertos grandes autores. ¿Ejemplo? Pues Michel Foucault. Para Geertz, esta «confusión de géneros» era un rasgo sobresaliente y reciente (desde los años sesenta-setenta) y, en todo caso, obligaba a preguntarse sobre la realidad y su enunciación, sobre el referente y su mención. ¿Qué clase de libro es ‘Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión’?, se preguntaba Geertz. ¿Es historia? ¿Es filosofía? ¿Es literatura? Perdonen la autocita: de estas cosas hablamos Anaclet Pons y yo en nuestro libro ‘La historia cultural’ (2005).

    Por otra parte, Alejandro comete una simpática confusión –nada grave, si la comparamos con mis pifias habituales– cuando atribuye ‘Bartleby el escribiente’ a Enrique Vila-Matas . Evidentemente, se refiere a ‘Bartleby y compañía’, porque ‘Bartleby el escribiente’ es de Herman Melville, en quien se inspira el autor catalán.

    Abrazos.

  12. Prometo callar, al menos, durante dos semanas…

    Me ha llamado la atención la opinión que Javier Cercas tiene de la gente que apoyó a Suárez y que con mucho acierto reproduce Serna en la reseña: “No es verdad que la gente votase a Suárez porque se engañara sobre sus defectos y limitaciones, o porque Suárez consiguiera engañarles: le votaban en parte porque era como a ellos les hubiera gustado ser, pero sobre todo le votaban porque, menos por sus virtudes que por sus defectos, era igual que ellos”. Coincide plenamente con la opinión que expresábamos acerca de Berlusconi o de por qué el PP en Valencia gana una y otra vez las elecciones con Camps y Barberá a la cabeza. Me parece importante recalcarlo ahora que se acercan otros comicios.

    Pensando un poco sobre la consideración del instante sartreano, entendido como único y decisivo, estoy de acuerdo, don Justo. Desde luego esta visión es muy agobiante y parece más adecuada esa consideración borgiana. Por lo menos, como usted dice, es más literaria, y también más probable que suceda en la vida real. No obstante hay algo extraño, algo que se me escapa de todo eso. No siempre somos conscientes de la trascendencia de nuestros actos, y por tanto no siempre podemos discernir lo que nos salva o nos hunde. Digo no siempre y lo recalco. No estoy muy seguro de lo que digo, pero creo, por ejemplo, que en “Soldados de Salamina” sucede algo parecido. Para el miliciano que deja con vida a Sánchez Mazas su acto no es heroico, sino que en un instante hace lo que cree que tiene que hacer, casi lo que le sale del alma. Sin más. No sé si su actitud lo salva o no, posiblemente sí, pero la calificación de su actuación como heroica se produce a posteriori, cuando cuarenta o cincuenta años después el narrador de la novela se pregunta y obsesiona por ese comportamiento y dedica todos sus esfuerzos en buscarle una explicación. Lo que es heroico y lo que no lo deciden los otros. El protagonista del suceso no piensa en eso, simplemente actúa. Él se salva a nuestros ojos. En ese sentido parece que necesitamos de la actitud heroica del soldado, más que para salvarle a él, para identificarnos, para salvarnos, y para redimirnos a nosotros mismos.

  13. A mi también me ha gustado “Anatomía de un instante” de Javier Cercas.

    Me ha gustado que la narración se mueva por el resbaladizo terreno que separa la crónica periodística y la ficción novelada.

    Me ha gustado que Cercas construya complejos perfiles psicológicos a sus personajes, huyendo del trazo simple y esquemático al que los medios de comunicación nos tienen tan acostumbrados.

    Me ha gustado la abundante bibliografía y documentación utilizada en el libro.

    Me ha gustado que esté bien escrito, que Cercas utilice la tensión dramática del momento para impulsar el relato.

    Me ha gustado que el autor trascienda la simple crónica de los hechos. Me ha gustado que Cercas utilice la imagen como fuente de conocimiento. Me ha gustado el homenaje que el autor hace a su padre.

    Me ha gustado…

  14. Excelentes tus comentarios. Gracias.
    Me ha encantado la elegancia y ecuanimidad con que tratas esa veta un tanto farsante de Gregorio Morán.

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