Cómo se escribe una reseña

A leer se aprende. Ya sabemos las cuatro letras y poco a poco, con paciencia, seremos capaces de descifrar carteles callejeros, rótulos publicitarios, prospectos farmacéuticos, tratados científicos y finalmente novelas. Harold Bloom escribió una obra práctica: Cómo leer y por qué. No se refería, claro, a esas primeras letras, sino a las grandes obras, a ese canon inevitable. Explicaba qué hacer con ellas.

Pero no es de la lectura de lo que quería hablarles. Quiero tratar de otra actividad parasitaria: la de escribir reseñas de lo leído. ¿A hacer reseñas se aprende? Por supuesto. Quiero proporcionarles un repertorio de reglas, las reglas que yo sigo, cuando me siento a la mesa dispuesto a escribir reseñas. Meses atrás ya di unas instrucciones para escribir: aquel post, levemente irónico, es complementario de este que ahora empieza. En esta ocasión me centro en las reseñas. No esperen orden ni concierto. Sólo las intuiciones de que me sirvo.

1. El libro es único. «El secreto de un narrador está en la voz que se oye en sus libros», dice un periodista pafraseando a Paul Auster. «Uno cuenta una historia», añade ahora el propio escritor, «y su función consiste en hacer que la gente continúe escuchándola». Que la gente  continúe leyendo página tras página, con interés, con urgencia o con demora: satisfaciendo un placer, el de aprender, el de conocer, de experimentar lo inalcanzable, el de aventurarse en parajes o en psicologías en que por prevención o por miedo no nos adentramos.

Tengo que escribir una reseña de Invisible, la última novela de Auster, y debo entregarla a finales de enero de 2010. De enero, digo bien. He escrito varias reseñas de novelas de Auster para Ojos de Papel. Rogelio López Blanco, el director de la publicación, me pregunta si no estoy algo cansado de este autor estadounidense. Pues no, la verdad. Creo que los narradores de sus respectivas novelas tienen voces reconocibles –que no reiterativas– que merecen ser escuchadas, leídas. Ah, la voz del narrador. Por lo general, la voz narradora que Auster concibe para cada unas de sus obras cumple perfectamente su función: cuenta una historia de tal manera que la gente continúa escuchándola.

No he leído aún esa novela de la que debo ocuparme: Invisible. No importa. Cuando lo haga, me entregaré enteramente o casi enteramente, atendiendo a las informaciones que me proporcione, a los datos que el narrador me suministre, a la atmósfera en que todo transcurra. Tengo experiencia previa con Auster, claro. Pero nunca releo las reseñas de un autor sobre el que yo haya escrito previamente y al que ahora deba regresar. No quiero repetirme conscientemente con la nueva obra: deseo que la novela me sorprenda y sobre todo deseo aprender. Por eso he de ceñirme a lo que me da o a lo que no me da, a lo literal y a lo que está fuera de campo, el espacio vacío, pues lo no dicho tiene tanta importancia como lo dicho. Si retorno a lo escrito por mí, me limitaría. Por ello, prefiero llegar virginalmente al libro. Cada vez resulta más difícil, ya lo sé, por la información excesiva, mercantil y redundante que acompaña la promoción de ciertos libros. Son los paratextos. De entrada, yo procuro no dejarme influir por lo que nos adelantan o por lo que uno mismo adelantó.

Cada libro es distinto. Quizá descubramos ecos de otras obras previas, pero tal vez hallemos en las faldas de una página una idea nueva, una escena imprevista, un hecho inaudito. Por eso, le guardo todo el respeto a dicho libro: no quiero convertirlo en pleonasmo, en confirmación de lo que yo ya sabía de antemano.Tampoco quiero convertir ese texto en pretexto para hablar de lo que está fuera. Lo que se nos cuenta es lo decisivo. Las conexiones externas (intertextuales o intratextuales) que puedan establecerse vendrán después.

2. Un libro merece un argumento. La reseña ha de provocar entusiasmo. Digo la escritura de la reseña, no el libro necesariamente. Cuando uno lee aprende, generalmente aprende: lo que no sabía o lo que no sabía que sabía. Puede que estas o aquellas páginas te despierten conocimientos antiguos que tenías olvidados.

O como decía Achille-Cléophas Flaubert a su hijo, el novelista: «Aprovecha el viaje y acuérdate de tu amigo Montaigne, que quiere que se viaje para dar cuenta principalmente de los humores de las naciones y de sus costumbres, y para frotar y limar nuestro cerebro contra el de otro. Mira, observa y toma apuntes». Los libros son como viajes: quien lee y reseña debe dar cuenta principalmente de los humores de quien escribe, los humores que se expresan en unas páginas con determinados artificios.

Pero quien escribe sobre un libro debe frotar y limar su cerebro con el del autor, con el del novelista, con el del ensayista. De ese roce salen chispas o serrín y virutas, que son las huellas que la lectura deja. Cuando estás en medio de dicho proceso, has de sentir el esfuerzo, el trabajo, el empeño de seguir. Has de amistarte con el autor, has de enemistarte, has de exaltarte, has de experimentar el vértigo del descubrimiento.

Tomarás notas, subrayarás el libro, pondrás exclamaciones y reproches, admiraciones y críticas: auténticas incisiones que laceran y hacen tuyo el ejemplar. O como decía expresamente el padre de Gustave Flaubert y ahora repito: «mira, observa y toma apuntes». Ese registro de lectura es la expresión del trabajo, del entusiasmo lector. Estás aprendiendo. ¿Y si el libro está mal concebido? ¿Y si sus páginas son planas y adocenadas? También te entusiasmarás, pues en negativo estás aprendiendo lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer. Eso debe notarlo tu lector, ese destinatario que con tus palabras sopesará el libro.

Pero entusiasmo no significa lanzar ditirambos a la obra; tampoco el mero rechazo. Quien reseña no puede decir: «es un libro maravilloso» o «esta obra no me gustó nada». Lo que debe decir es cómo funciona ese artefacto. La reseña no es una cuestión de gustos y nuestra relación con el volumen ha de superar el mero  juicio personal. No sé si siempre lo consigo. De hecho, bien mirado, a nuestro lector no le importa o no debería importarle nuestra opinión personal. Lo que de verdad debería interesarle es la concepción del libro, su estructura, sus recursos, cómo se resuelve la cuestión planteada. De un mal libro que personalmente nos irrita puede salir una reseña ajustada, exacta, precisa: una reseña de la que el lector aprende para ese libro y para otras lecturas. De un buen libro, imagínense qué puede escribirse.

Estoy acabando la reseña de Retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero. No es la primera vez que he escrito sobre sus obras: sobre El guitarrista y sobre Hoy, Júpiter. Al lector poco o nada le interesa si yo remato mi lectura diciendo que Retrato de un hombre inmaduro es un libro maravilloso o que no me gustó nada. Hacer eso es arrojar poca luz. O arrojar vino, el vino que alguien lanzó  a Thomas de Quincey tras dictar una conferencia. «Eso, señor, es una digresión. Ahora espero su argumento», contestó Thomas de Quincey a dicha agresión. En una reseña, no hay que lanzar nada, hay que razonar. Nuestro lector debería decirnos lo que espetó De Quincey: ahora, señor, espero su argumento, que no es lo mismo que la mera impresión subjetiva. Razona las cualidades de la obra, si es que las tiene. Que sea o no de tu agrado es algo muy secundario.

3. Las reseñas se cobran… dos veces. Por supuesto, cuando empezamos a publicar reseñas no siempre nos las abonan. Estamos comenzando y debemos hacernos un hueco, un pequeño nombre en dicho mercado. Nos publican y eso es un acto de confianza por parte del editor, del director de la revista. Pero si la colaboración sigue, y sigue con el aprecio de los lectores, entonces hemos de empezar a cobrar por nuestro trabajo, del que damos pruebas.

Todo responsable de cualquier publicación entenderá nuestra justificada exigencia: cobrar. Por supuesto, los directores de las revistas o de los diarios siempre opondrán la escasez de ingresos, la poca publicidad, las dificultades financieras. No es un mero pretexto. Es cierto: la industria cultural atraviesa momentos muy delicados. Gracias a Internet, muchos han llegado a la conclusión de que todo es o debe ser gratuito. Tengo amigos que lo creen. Yo, sin embargo, pienso que es un absoluto disparate. El trabajo se paga, el esfuerzo se abona, la obra se recompensa. Como decía Émile de Girardin, alguien debe costear la publicación de un periódico: desde las colaboraciones hasta la impresión o difusión.

Por eso digo que las reseñas hay que cobrarlas. Pero cobrarlas  dos veces, vaya. Eso es lo que recomendaba Josep Pla. ¿Era un consejo cínico?  No exactamente: ya que las colaboraciones periodísticas siempre se pagan mal, saquemos provecho publicando lo mismo en dos sitios distintos. Eso es lo que decía Pla. ¿Propongo lo mismo? No lo descarto, pero no es eso lo que ahora defiendo. Lo que sugiero es releer para reescribir: para, finalmente, volver a publicar de otro modo aquella reseña inicial. Desde luego, no es materialmente rentable, pero con ese segundo plan de trabajo aprendemos más, mucho más de lo que es una primera y exclusiva lectura. Es algo así como una segunda versión ampliada o corregida o matizada. O extendida, según dicen ahora. Señalaba Emil Cioran que no deberíamos escribir sobre lo que no hubiéramos releído. Quizá exageraba, pero de la relectura para una nueva escritura obtenemos muchos rendimientos inmateriales.

Escribí una reseña de La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina. Ahora llevo unos días releyendo dicha novela. Ha sido poco el tiempo transcurrido pero eso no me frena: quiero retocar, ampliar, corregir, añadir lo que originariamente publiqué en Ojos de Papel. ¿Es que, acaso, esa primera reseña no es válida? Desde mi punto de vista, lo sigue siendo. Aunque ahora afronto el reto de repensar mi texto con otra lectura posterior. ¿Será mejor? No necesariamente pero, oigan, no me privo del disfrute.

4. ¿Reseñar o leer? “Leer un libro por el placer de leerlo y leerlo para hacer una reseña son dos operaciones radicalmente opuestas. En el primer caso, nos enriquecemos, hacemos pasar dentro de nosotros la sustancia de lo que leemos; es un trabajo de asimilación; en el segundo, permanecemos exteriores, por no decir hostiles (¡aun cuando lo admiremos!) al libro, pues no debemos perderlo de vista un solo momento, sino que, al contrario, debemos pensar en ello sin cesar y transponer todo lo que decimos en un lenguaje que nada tiene que ver con el del autor. El crítico no puede permitirse el lujo de olvidarse, debe ser consciente en todo momento; ahora bien, ese grado de conciencia exacerbada resulta al final empobrecedor. Mata lo que analiza. Seguramente el crítico se alimenta, pero con cadáveres. No puede comprender una obra, ni aprovecharla, hasta después de haberle extirpado el principio vital. Considero una maldición tener que contemplar alguna cosa, sea lo que fuere, para hablar de ella. Mirar sin saber que miramos, leer sin sopesar lo que leemos: ése es el secreto. Todo lo que es demasiado consciente es funesto para el acto, para cualquier acto. No se puede hacer el amor con un tratado de erotismo al lado. Sin embargo, eso es lo que ocurre prácticamente por doquier hoy. La enorme importancia que ha adquirido la crítica corresponde al mismo fenómeno”.

Eso decía Emil Cioran en sus Cuadernos, 1957-1972. Fue uno de los primeros libros que glosé para Ojos de Papel. Qué paradoja. A Cioran le debemos algunos de los artículos o reseñas más sobresalientes de las últimas décadas. Por ejemplo, su Ensayo sobre el pensamiento reaccionario, que dedicara a Joseph de Maistre. ¿Hemos de pensar que leyó inocentemente al escritor saboyano? ¿Hemos de creer que lo leyó sin placer?

5. Déjate de reseñas. Escribí una reseña para Ojos de Papel sobre Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Luego, debidamente ampliada y retocada y con anotaciones bibliográficas, apareció en Claves de razón práctica. Como se sabe, la figura del héroe es la obsesión de este escritor: la figura del héroe en una situación bélica o en una circunstancia violenta. Cuando digo héroe, no me refiero al patán armado que cree pertecer al último pelotón que ha de salvar a la humanidad. Cuando Cercas retrata estas figuras, busca tipos humanos equívocos, individuos que hacen un gesto inesperado, humano o humanitario, un acto que salva corajuda y generosamente a sus iguales o a sus adversarios.

La identidad del héroe es, precisamente, una de las pesquisas presentes, habituales, en sus últimas novelas. No es reiteración: es el afinamiento de un motivo. Cuando escribo la reseña de Anatomía de un instante distingo esa misma obsesión, pero yo estoy obligado a subrayar qué tiene de distinta expresión, de diferente materialización. Suele decirse que un autor en el fondo siempre está escribiendo el mismo libro. Un autor chiquitito, sí. Un autor grande, dotado, reflexivo,  como son los que es motivan este  post, reescribe alterando datos básicos, cambiando contextos, mudando el aspecto, la conducta y la circunstancia del personaje, dando a las respectivas historias un significado nuevo. En Anatomía de un instante, los héroes se presentan bajo el expediente de la literatura: ciertos tipos ficticios de la novela o del cine son los modelos narrativos de que el autor se sirve para entender conductas reales. Hay que analizar este aspecto polémico –y así lo intenté en mi primera reseña  y en la que después apareció en Claves— pues  el escritor catalán hace constante metanarración.

Javier Cercas y yo hemos recuperado estos días nuestra relación y nuestra correspondencia. Hemos vuelto a remitirnos correos a propósito de Enric Marco, el impostor que se hizo pasar por antiguo prisionero de Mauthausen. Juan Antonio Millón me había advertido del artículo de Javier Cercas dedicado a Ich bin Enric Marco. En realidad, el texto del escritor era algo así como una reseña o crítica del documental que trata la figura de Marco. Leí dicho artículo: Yo soy Enric Marco. Inmediatamente recordé un viejo post mío de 2005 sobre el mismo caso, una suerte de reseña de una historia que aún estaba por escribir: El impostor inverosímil Enric Marco. Finalmente, Javier Cercas y yo nos hemos invitado mutuamente a dejarnos de reseñas y a regresar a Marco desde la literatura y la historia: justamente lo que él hace en Anatomía de un instante. El problema es que Marco no es exactamente un héroe. Pero quién sabe: tal vez sí que podría ser un personaje de Cercas.

41 comentarios

  1. Estimado Justo,

    No creo que tarde, jaja, en enviarle algunas de las líneas del tercer punto a nuestro común ‘jefe’, en lo referentes a pormenores pecuniarios.

    Muy interesante lo que cuentas; es cierto que el ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ no debe ser el criterio último, ni quizá el primero. Lo que si tiene que ser una crítica, una reseña es subjetiva. La escribe tal persona, y desde su visión, dice tal cosa. El otro día le reprochaban eso a un colega: «Tú crítica es subjetiva!». Mire usshté, así debe ser, sin faltar a la honestidad ni a la búsqueda de la verdad. Por otra parte, decía Glez-Ruano que nada más subjetivo que la objetividad.

    Me honra escribir reseñas a tu lado, amigo Justo, y no es poco cobro. Quizá para 2010 apriete algunas tuercas, ya veremos. En cualquier caso, como dices, leer, y no digo ya releer, nos hace aprender. Y leer como críticos, nos hace aprender más, ya que es una lectura activa, casi combativa, hiper-receptivo. No es poco pago, también, ese.

    Te deseo un 2010 sostenible y sostenido (en bienestar intelectual y sentimental).
    Abrazos,
    Eduardo

  2. Estimado Eduardo, es un honor compartir con usted revista y Blogosfera. Usted no confunde la bitácora con lo académico. Su blog es ironía en estado puro. Y sus reseñas, una aproximación reflexiva.

    Le deseo para el nuevo año lo mejor.

    ¡Y más estipendio!

    Un abrazo.

  3. Hola Justo, me gusta mucho que también saques aquí la vena didáctica que todo profesor lleva impresa y nos expliques cómo se hace una reseña. De hecho tu me enseñaste ha hacer reseñas ya hace mucho tiempo. Todavía recuerdo las veces que a lo largo del curso nos explicaste, con el esfuerzo de quién desea vivamente enseñar a hacer, como se hace una reseña.
    Ahora que soy profesora también yo lo intento explicar, con la toda la precisión y estructuración de que soy capaz. Y no sólo me refiero a libros sino también a excursiones o salidas didácticas. Razonar lo visto y lo vivido y conectarlo con los contenidos de las clases teóricas sería mi objetivo. Pero cuando me presentan el trabajo y responden a la última pregunta que siempre tiene un tono valorativo, todos empiezan con frases como «me ha gustado mucho, he disfrutado mucho» pero olvidan explicarme por qué. ¿Qué es lo que les ha fascinado? No lo sé, lo intuyo pero no lo expresan. Y es que es tan difícil tocar la tecla justa que les ayude a reflexionar sobre lo aprendido o sobre lo leído. A pesar de todo creo que los alumnos son y somos una inversión a largo plazo y que aprender es un proceso arduo y costoso y que, a veces, al final de curso alguien te sorprende diciendo algo así como «He viajado hasta Huelva, y he visto como cambia el paisaje» Y dices: ¡Bien!, esa es la esencia del curso aprehender hacer tuyo el conocimiento y ligarlo a tus propias experiencias vitales y razonar, reflexionar y criticar argumentando.
    Bueno no sé si me ido un demasiados por las «ramas de la educación».
    Respecto a la relectura te doy toda la razón la cantidad de matices nuevos que descubres sin la prisa que impone la curiosidad de la primera lectura es verdaderamente placentera.

  4. Estoy totalmente de acuerdo con Justo: a hacer reseñas se aprende; la crítica literaria es todo un arte. Aunque a veces les digo a mis amigos que cada reseña me cuesta un mundo de escribir y que a veces estoy horas y horas dándole vueltas al tema, sobre todo a los párrafos iniciales y al enfoque, es indudable que con el tiempo, uno va adquiriendo cierta soltura.

    Por otra parte, no sé si existe (seguramente sí), pero estaría bien que alguien escribiese una historia de la reseña, de la evolución de su concepto y de sus públicos. No digo una historia erudita de la crítica literaria, sino algo más empírico, más centrado en la función que ha tenido la reseña a la largo de la historia. Digo esto porque el otro día tuve la suerte de leer las reseñas que se hicieron en la prensa del momento cuando se publicó «El árbol de la ciencia». Es un ejercicio emocionante el de rebuscar en la prensa de la época y leer lo que opinaban los coétaneos a Baroja, ver si les gustó o no el libro y cómo lo argumentaban, con qué razones.

  5. 1. Juan Antonio Millón:

    «…Y ya que algunos de los contertulios se han decidido por proponer películas, yo les propondría -y me propongo, porque aún no se ha programado, que sepa, en Valencia y no he podido ir a verla- el documental Ich bin Enric Marco, de Santiago Fillol y Lucas Vermal. De ella escribió un magnífico artículo, este fin de semana, Javier Cercas».

    2. Yo soy Enric Marco, Javier Cercas.

    3. El impostor inverosímil Enric Marco, Justo Serna.

  6. Muy instructivo y didáctico su post, pero además me entusiasma porque explícita e implícitamente se habla de la escritura y de la lectura ; del juego de relaciones que se establecen entre escritor y público que aquí además se le da una vuelta de tuerca, leer y escribir sobre lo leído para que otros lo lean ¿para que otros lo lean? ¿Es ese el fin último del que realiza la reseña? Yo creo que no, en tal caso ese sería el fin del que la remunera. Supongo que el que realiza una reseña quiere transmitir y contar lo que ha descubierto tras la lectura de ese libro, técnica y emocionalmente.
    Coincido especialmente con usted en la actitud y la disposición con la que debemos llegar a un nuevo libro, dice que es cada vez más difícil, sin embargo usted mismo se responde en el párrafo siguiente “cada libro es distinto”.No deberíamos perder este principio de vista (no sólo para hacer una reseña) porque en efecto, cada libro es único como única es la emoción que nos despierta por más que pueda evocarnos a otros. No encontramos “una idea nueva” o “un hecho inaudito” es una experiencia nueva, porque es un momento único, es una disposición nuestra, la de hoy, irrepetible.
    Hay muchos argumentos respecto de por qué se lee o por qué se escribe, razones más o menos sensatas pero al final, lectura y escritura, no son más que un destino. Quién lee o escribe porque eso forma parte de esos rasgos o atributos que conforman su identidad, no puede dejar de hacerlo, es una necesidad por más que ello le produzca placer.
    Ahora bien, al igual que leer y escribir son sobretodo una experiencia emocional, coincido en que tiene una técnica y por tanto, se aprende .En eso estamos en este post ¿no?
    Supongo que en una reseña, además de todo lo que viene señalando, y de lo que algunos contertulios muestran, se trata -como decía Ortega- de descubrir y describir los curiosos y sorprendentes mecanismos de contar.

    Me pregunto si leer y escribir son dos polos de una misma actividad y si se puede ser lector sin sentirse de alguna manera escritor aunque en muchos casos sea un “escritor imposible”. Como dijo el Sr. Montesinos en una intervención reciente, hay gente que se siente más cómoda en la lectura que en la escritura, yo soy de ellas.

    Estoy terminando “Retrato de un hombre inmaduro”, he vuelto a este autor por lo que usted escribió de él y de sus personajes en Héroes alfabéticos ¿es esto lo que pretende una reseña? ¿es ésto lo que consigue?.En cualquier caso, ese ha sido el resultado y ojalá en este blog se abra debate en torno a esta novela. Además de que nos ponga el enlace a su reseña, claro.

    Le deseo a usted y a los contertulios lo mejor para el nuevo año.También a los ausentes.

  7. Inés, Paco, R.S.R.: me parece de gran sutileza lo que dicen sobre la lectura, la reseña y la didáctica. De todos modos, yo no sé si hago didactismo con este post. No quisiera hacerlo. Esto no es una clase: es un espacio más libre… Por otra parte, que escribir reseñas sea un arte, como dice Paco Fuster, no lo tengo muy claro. Las peores reseñas que he leído son precisamente las de quienes creen estar haciendo algo elevado, artístico, y por tanto superior al libro que tratan. Borges hacía reseñas brillantísimas, con muchísima ironía, pero lo suyo era la libre exposición de sus apetencias. Y sus críticas literarias eran relatos o propiamente ensayos. Desde luego alcanzó la ezcelencia. Quizá nuestras reseñas deben aspirar a algo más modesto.

    R.S.R: me alegro de que esté leyendo ‘Retrato de un hombre inmaduro’. Dice que ha vuelto a leer lo que yo escribí de sus personajes en ‘Héroes alfabéticos’. El capítulo era ‘Impostores’. Le agradezco esa confianza. La nueva novela de Landero, de la que publicaré reseña en Ojos de Papel, da pie a volver sobre ella una y otra vez, desde luego. Y da pie a regresar a ‘Juegos de la edad tardía’.

    Prácticamente todo lo que escribo empieza siendo una reseña, una nota de lectura, la impresión buena o mala que unas páginas me causan. Pero inmediatamente escribo como si esas notas fueran a ser leídas por muchas personas: es decir, no me ciño a la mera impresión. Trato de razonar. Por otra parte, puede que esas primeras palabras acaben derivando en algo más extenso, pensado, documentado: en un ensayo, por ejemplo. El capítulo ‘Impostores’ tiene esa genealogía. Como también, por ejemplo, el capítulo ‘Héroes’, dedicado a las obras de Javier Cercas. Y la mayoría de mi libro.

    Me encanta trabajar así. Me lo paso bomba.

  8. Mola esto de acabar el año con Landero y Cioran. Hablando de reseñas, yo creo que, sin dejar de valorar la utilidad de los principios, a andar se aprende andando. En otras palabras, que hay que hacer mal muchas reseñas para terminar haciéndolas bien. Bueno, entraré en el blog de Miguel Veyrat, y les deseo a todos un feliz año. Cuidado con el champán, queridos, tiene una resaca fatal, y como dijo el Titi, «yo lo sé, ¿por qué será?»

  9. Feliz año, David.

    Acabo de volver de Mercadona. La última compra rutinaria. Unos muchachos de veintipocos iban cargados con botellas de Möet Chandon y después se han subido a un gran Audi.

    ¿…?

    Abrazos para todos.

  10. Menudo regalo, don Justo, este post sobre cómo escribir reseñas. Vaya regalazo. ¿Saben con lo que me quedo, lo que en mi opinión es la clave de todo esto? Las palabras con las que comienza el post: “A leer se aprende”. A lo que yo añadiría que no es fácil, que leer bien no es fácil, pero que cuando se consigue, cuando se logra aprender a leer bien, aunque sólo sea rudimentariamente, se tiene mucho ganado. Con esa lectura provechosa se pueden hacer luego muchas cosas, como por ejemplo escribir reseñas, pero para escribir una buena reseña, o una reseña aceptable o decente hay que saber leer, aprender a leer. Y ese es un proceso que nos va a llevar toda la vida. Así al menos lo pienso yo.

    Leer, al fin y al cabo, es escuchar, y escuchar es atender, respetar, intentar comprender, precisamente para aprender. Para mí la lectura debe reportar algún provecho, debo obtener alguna ganancia con ella, aunque como dice el señor Serna, sea en negativo. O como escribió el poeta Marcial:

    «Me preguntas, Lino,
    qué ganancia da mi campo de Mentana.
    La de no verte, Lino, la de no verte».

  11. Justo lo digo por la esencia de lo que es una reseña, no por lo estructurado y serio que es dar una clase. Esta claro que aquí hablamos más libremente de las cosas. De todas maneras tu has elegido el título y coincidirás conmigo en que tiene algo de didáctico «Cómo se hace».
    Bueno creo que las reseñas te abren el camino hacia la lectura de un libro. Si el autor de la reseña es capaz de mover tu interés por el libro este es el primer paso para acercarse a él. Además de leer el libro compruebas si las expectativas que te ha creado la reflexión del autor de la reseña se cumplen o no.

    Ana que bonito regalo para empezar el año el mercado central con opera. Es siempre un placer para los sentidos entrar y respirar esa orgía de olores, colores, sabores si a eso le añadimos la emoción de la opera en vivo pues me quedo sin palabras.

    Feliz año a todos.

  12. Antonio Muñoz Molina, sí, cuánto me gustó El jinete polaco. ¿Y el libro de Susana Fortes, el último?, me gustó El amante albanés. Fortes tiene una prosa muy pulida. ¡Ah!, cuánto me gustaría una reseña de alguno de mis 2 librillos. Bueno, los estoy revisando para una 2ª edición, Iconos (separando las situaciones, con una mejor maquetación y unas pequeñas correcciones. Iconos. Entrelíneas. Madrid 2007)
    De Imágenes falsas vamos a hacer una 2ª edición y lo presentaremos en Librería Sahiri, calle Danzas, 5, detrás de La Lonja. El viernes 23 de abril de 2010, a las 19:30.
    Estáis invitados.

  13. Me estoy leyendo «El jinete polaco». Es una novela densa e intensa. Hay que digerirla despacio.
    De Susana Fortes me gustó más una novela de sus comienzos «Las cenizas de Bounty» que «El amante albanés» demasiado dramático e enrevesado el argumento. En cambio «Quattocento», no sé si porque es una novela histórica, me gusta más. Florencia, Fiesole son escenarios privilegiados para situar una novela, una película y si además plantea un pasaje de la historia de los Medici pues miel sobre hojuelas.

  14. 0. «Supondrá usted que es inevitable que me guste la ópera, con toda su falsedad que es más verdadera cuanto más exagerada y más inverosímil. Usted es Tristán en el momento en que se aparta la copa de los labios y mira a Isolda. Habría que hacer las óperas en trajes de calle y en lugares normales, Tristán e Isolda o Pélleas y Melisande encontrándose en un café después de cruzar la puerta giratoria…»

    Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos (2009)

    1. «Ves como te gusta la ópera?»

    Quiten a Wagner (que cita el personaje de Muñoz Molina) y pongan fragmentos de la Traviata de Verdi y les sale.

    Intrahistoria:

    2. De Ana a Justo.

    «Feliz año, Justo, para ti y los tuyos.

    Te quejarás de Rita y de todo lo espantoso que tenéis en Valencia, pero mira que preciosidad me ha mandado un amigo para felicitarme (Un amigo de San Sebastián que comenta ¡Esto sólo puede pasar en Valencia!

    http://www.youtube.com/atenordelaopera#p/u/0/Ds8ryWd5aFw

    Abrazos».

    3. De Justo a Ana.

    «Querida Ana, feliz año. Muchas gracias. Conocía este bello espectáculo mercantil [que me has remitido]. Lo habíamos visto en casa un día. Nos lo mostró Víctor. Reúne las dos tradiciones valencianas más apreciadas: la música y el mercado. La sonoridad y la alcachofa. Es optimismo. Voy a colgarlo en el blog. Con tu cortesía.

    Abrazos».

    4. De Ana a Justo.

    «Me ha encantado lo de La sonoridad y la alcachofa. Me ha parecido una iniciativa maravillosa. Eso sí que es acercar la música, la cultura a la gente y, por si había dudas del motivo, el cartel del final, el de a ti también te gusta la ópera, lo resume. Esto sí y no esperpentos como el de los tres tenores. Siempre me ha dado envidia la tradición musical de Valencia.

    Un abrazo, Justo y que la música nos acompañe siempre.

    Ana».

  15. Es que Muñoz Molina es una de las pocas personas que, sin saber música, siendo un simple aficionado (como casi todos los españoles, incluídos los críticos y los que peroran porque tienen muchos discos) dice cosas extraordinarias sobre música gracias a su inteligencia y extrema sensibilidad. Hace años le hice una entrevista a Pedro Iturralde y la comencé con una cita de Muñoz Molina; al verla, Pedro me preguntó que si MM era músico. Músico no, pero podría ser valenciano :-)

    «Tampoco a un jazzman, cuando se arroja a la música como a las aguas de un río y finge que ignora todo lo que sabe, le importa la melodía que le sirvió de punto de partida y le servirá más tarde de punto final. Pero son siempre esos ensimismados artistas los que más cosas nos enseñan, no sobre su arte, sino sobre nuestras vidas.»

    Antonio Muñoz Molina: «Escritor de café»
    Diario ABC, 29 de febrero de 1988)

  16. La dudosa tendencia del ser humano a proyetar deseos a los lindes de la «realidad», esto es, de ser artífices de una vida sin que ésta haya pasado por el expediente de un archivo -sea este el que fuere-, puede llegar a ser fatídica, e incluso mortal, aunque en la mayoría de las ocasiones pase sin apenas percepción ajena y no invada demasiados metros de aquel terreno de lo «verídico».

    Nuestras vidas han pasado alguna vez por esa experiencia, apenas perceptible en múltiples ocasiones, de borrar la frontera entre vivencia y trama. Suele ocurrir en la exposición de relatos de viajes, donde aderezamos lo vivdo con alguna dosis de incotenible falsedad. En ocasiones, si el tiempo transcurrido se ha dilatado en demasía, o la memoria del mismo flaquea o es inconsistente, no sabremos atinar entre la certeza o la duda, y la divagación nos hará vadear de un lado al otro. Claro está, en esto, como en casi todo, hay naturalezas más propensas que otras al adobo sin importarles la adecuación a la realidad, y algunos son verdaderos maestros en el arte de las incertidumbres y las vaguedades.

    Recuerdo haber pasado por una experiencia de invasión de los territorios contrarios en una ocasión y cómo experimenté gozo y zozobra al mismo tiempo, aunque finalmente fuese la angustia la que me llevara a la retractación. Falseé mi lugar de nacimiento a un viejo maestro de escuela, malagueño, que siempre enaltecía las cosas de su tierra. Por entonces joven adolescente, yo vivía mi relación con el pueblo de mi padre, Canillas de Aceituno, en la sierra malagueña, de una forma intensísima y era para mí un paraíso al que accedía todos los veranos, donde tenía amigos del alma y un amor «in nuce», además de mis abuelos y demás familia. Pasar Alhama y vislumbrar desde el escarpado puerto del Colmenar la sierra de Canillas, era adentrarme en una tierra mítica, llena de vivencias infantiles primigenias y de relatos y personajes con cariz de leyenda, como el de mi tio, el cabrero «El Colorao».

    Fruto de aquella intensidad de los afectos y, por qué no decirlo, de aquella ocasión propicia para ganarme el aprecio de mi maestro, sin miramiento alguno, es más, sorprendido por la ligereza y el poco esfuerzo que me había costado el decirlo, sin titubeo, me adscribí como tierra de nacimiento, aquel pueblo malagueño, nido encaladao entre lomas inaccesibles.

    Pero este viaje al otro lado, puede en ocasiones acarrear la pérdida absoluta del rumbo y de la visión de los extremos, y sumergir a sus protagonistas en un río cuyas corientes lo arrastren sin que puedan alcanzar asidero alguno. Ésto es lo que le ocurrió a Enric Marco, ésto también le ocurrió a Jean-Claude Romand, aquel falso médico que llevó a cabo un terrible asesinato y que tan acertadamente nos relató Emmanuel Carrère en El adversario.

    Romand, desde la cárcel, le escribió a Carrère: «Me parece también que esa imposibilidad que usted tiene de decir «yo» a propósito de mí procede en parte de mi propia dificultad de decir «yo» respecto a mí mismo. Aunque consiga franquear esta etapa, será demasiado tarde, y es cruel pensar que si hubiese tenido, a tiempo, acceso a ese «yo» y, en consecuencia, al «tú» y al «nosotros», habría podido decirles todo lo que tenía que decirles sin que la violencia hiciera imposible la continuación del diálogo».

    He ahí una salida de escape, quizá la única: el diálogo, el acceso al «yo», a través de «tú» y el «nosotros». Parece mentira, qué paradoja, que así hable él.

  17. Es muy raro, Justo, porque el día que puso el enlace al blog, yo entré y estaba, pero, además, figuraba en la columna de la izquierda en que están todos los blogueros. Hoy aparece la página y en la columna de la izquierda no está

  18. ¿Han empezado bien 2010?.¿Son felices?.Lo celebro.
    Me encanta la ópera en un mercado.Es como una deconstrucción de tortilla de patatas hecha por cocineros exquisitos y caros.
    Puestos,podríamos poner pescado en el Palau de les Arts,con una zona para plantar flores.Además, si lloviera mucho,tendríamos el jardín regado,sobre todo el del escenario,los vestuarios….

  19. ¡Ay Arnau, qué bueno!

    ¡Pescados en el Palau y chorizos en la Generalitat!

    Eso es fusión y lo demás, tonterías.

  20. Fusión, sí, qué bueno.

    No, no, sr. Lillo: en la Generalitat valenciana, nada de chorizos; en el Palacio, en cada una de sus salas, ‘plantamos’ chirimbolos. Para evitar que algunos estacionen tanto tiempo…

  21. Acabo de regresar de un cochambroso viaje de cinco días en autobús, y lo primero al llegar a casa ha sido lanzarme en plancha sobre este añorado blog. Son ustedes portentosos. En este momento, sólo puedo decirles que estoy aquí. He de releerles, tanto el post (¡gracias, don Justo, usted es didáctico siempre, aunque no se lo proponga!) como las respuestas de los contertulios, de las que también obtengo placenteras enseñanzas.

    Y -si consigo encontrar las palabras adecuadas- les contaré mis impresiones de la maravillosa «Avgusta Emérita», pese a que estuvo [su visita] empañada por una intensísima lluvia.

    ¡Feliz año a todos!

  22. Feliz regreso, Marisa. Ojalá pueda contarnos sus impresiones. Un fuerte abrazo.

    Juan Antonio, ya ve usted lo que ha provocado su mención al artículo de Cercas: que yo reemprenda la relación con el escritor y que amistosamente nos retemos: que si debemos tratar el caso Marco, que si podíamos organizar una mesa redonda… Mario Vargas Llosa le dijo a Javier Cercas que el personaje era suyo. Yo ya he dicho en el blog que Marco podría ser un personaje de Cercas: es decir, que podría llegar a serlo. Ojalá el escritor lo convierta en pieza de su literatura. Yo me limitaré a hacerle la reseña.

  23. Dña Marisa cuéntemos,cuéntenos su viaje al reino de las brumas.
    No sabe lo que me gusta la comparación que hace de mi persona con el Guadiana, río tímido, generoso, que da más que recibe,que riega páramos a los que convierte en humedales floridos y que se oculta debajo de la tierra para que los paisanos le succionen su sangre pinchando la tierra que cubre sus aguas remansadas para luego aflorar más lejos.Gracias.No me merezco esa comparación.

  24. Do Justo, aunque no me perdería por nada un duelo narrativo -a Vargas Llosa desde hace mucho se sintió atraído por las cartas de batalla de Joanot Martorell y quizá emprenda alguna remake-, pienso que el personaje Marco hallará mayor acomodo en Cercas. Lo de la mesa redonda sería una buena oportunidad para revisar la figura del impostor, al que los historiadores deberían ofrecer una mayor atención, aunque sé de excelentes arremetidas al tema como el caso Martin Guerre por parte de Natalie Z. Davis.

    Doña Marisa, bienvenida de las amadas tierras extremeñas, que tenga un feliz 2010. No sé por qué pero huelo a gato…Huy, pero si es mi minino Fito que ha hecho una de las suyas.

  25. ¿Cómo que no lo merece, don Arnau, hombre de poca fe?
    Usted nos proporciona más sabiduría con sus escasas apariciones de la que muchos podremos llegar a alcanzar nunca.

    Yo he venido, a más de cansada, impresionada profundamente por aquellas piedras ancestrales, que tanto nos hablan en medio del silencio, interrumpido a ratos por el furioso batir de la lluvia sobre ellas. Estar allí, bajo la protección abovedada de los vomitorios, imaginando a los gladiadores batiénsose a muerte entre sí, o con alguna fiera salvaje, enardeciendo el griterío del público, es una sensación que inútilmente intento expresar: sobrepasa cualquier otra presente o futura.

    Y no digamos lo que es, desde las gradas del teatro, soñar que escuchamos las voces de los comediantes, proyectadas hasta la última grada por aquella maravilla de proscenio, interpretando majestuosamente sus papeles a lo largo del púlpito, para deleite de los asombrados ocupantes de las gradas…

    He de volver, con buen tiempo, a empaparme de aquél aliento antiguo, que está más vivo allí que en cualquier teatro actual. A ser posible, cuando sea la temporada en que nuestros actores intentan un pálido remedo de aquellas interpretaciones, que ahora sólo podemos imaginar.

    Y también quiero volver a pasear por las calles de Olivenza, deslumbrarme con sus casas tan blancas sin formar parte de una reata de gente gritona, que sólo quiere visitar iglesias, y que no es capaz de vislumbrar el pasado esplendoroso que sigue allí presente, a poco que queramos evocarlo.

    He vuelto enamorada del pasado, y sintiendo que el pasado me corresponde, que me envía a través de los milenios las sensaciones que, prendidas en las grietas de sus piedras, enredadas en la niebla de algodón antiguo, se pueden palpar y oler en lugares ancestrales como aquéllos.

    ¡Que los dioses les sean propicios, amigos!

  26. Hay una auténtica fiebre de publicaciones históriconovelescas y sobre todo de la época grecoromanoegipciocartaginesa.Debe ser una secuela de la gripe A. No del virus, sino del estado febril, cefaleas y sobre todo, la alteración mental que produce. Después de la fiebre templaria y los excesos de la novela obscura escandinava,hay que exprimir el limón del Mare Nostrum.
    Dña Marisa que Atenea la acompañe en sus visitas,pero no se quede para usted sus vivencias.No sea egoísta y comparta.

  27. Pobrecita mía, si está compartiendo. Encima de leer nuestras sábanas atrasadas, queremos que nos cuente. Marisa, es que tiene usted aquí un club de fans que ya, ya.

    Feliz año, cansada amiga.

  28. Feliz Año a todos.Dos días sin red y hay que ver lo que os cunde.

    Es verdad que a leer se aprende, y también a escribir. Decía Stevensson que “el joven escritor ha de ser un simio diligente: se aprende a escribir como se aprende a hablar o a caminar”, sin embargo hay una clave que usted da en esta última parte del post que me parece relevante, no podemos convertir en una experiencia racional lo que es básicamente una experiencia emocional sin el peaje de quedarnos en la superficie, planeando pero no aprehendiéndolo “No se puede hacer el amor con un tratado de erotismo al lado”

    “Leer un libro por el placer de leerlo y leerlo para hacer una reseña son dos operaciones radicalmente opuestas.” ¿Radicalmente opuestas? creo que no se puede hacer una buena reseña si no se ha disfrutado con lo que se ha leído, si se puede hacer una reseña técnicamente correcta, más o menos argumentada, pero si el objetivo último de reseñar un libro es incitar a su lectura les remito a las palabras de Savater “no se pueden hacer arengas para propagar lo que es una experiencia emocional, un destino fatal”.
    Puede que las condiciones óptimas para hacer una reseña sea incluirlo todo, un mix equilibrado de emoción y técnica y finalmente poseer el desvelo y la naturalidad para decir todo lo que se pueda decir de lo leído sin imposturas ni engolar la propia voz,”nada gusta más a la verdad que ser expuesta con sencillez”.

    Cuando abrimos un libro es posible que no sepamos mucho de narradores en primera o tercera persona, si son omniscientes o saben lo mismo que los personajes, lo que queremos es oír una voz que nos cuenta una historia, una voz que nos atrape hasta el final.
    Pero bueno yo no hago reseñas, yo sólo las leo.

    ¿Cómo llegar al punto de incitar a la lectura de un libro sin que eso suponga condicionar al lector de forma terminante? Esa es la respuesta que me gustaría hallar en su post.

  29. He pasado varios años haciendo multitud de reseñas y jamás he pretendido no condicionar a quien me leía; pide usted un imposible R.S.R. Nos habla del lado emocional de la lectura, la escritura, las reseñas… y, por otro lado no parece que le agrade el condicionar al otro. Siempre que se pone emoción en lo que se hace se condiciona a los demás o, aún inconscientemente, se pretende. No me avergüenzo, porque no creo que sea nada censurable, por tratar de llevar a quienes me leían a mi huerto. Es que me parece lo natural y a mí me condiciona lo que escriben los demás; no sólo por lo que escriben, por quienes son. No entiendo del mismo modo (aún en el supuesto que dijeran exactamente lo mismo y con las mismas palabras) lo que dice Justo o lo que dice Savater, que lo que dice Jiménez los Santos.

    Por eso no suelo leer reseñas :-)

  30. Es Serna quien debe contestar a la pregunta que hace R., un interrogante que por cierto yo también me planteo. Yo creo que es irremediable condicionar a quienes nos escuchan e, irremediablmente, somos condicionados por el entorno. No hay pues en esta galaxia mediática lectura incondicionada, pues siempre son muchas las informaciones que recibimos de aquí y de allá respecto a tal libro. En todo caso creo que hay que saber buscarse referentes fiables. Y los menos fiables son en mi opinión aquellos críticos que por sistema «se cargan» la obra o la declaran imprescindible, aquellos que convierten el juicio de valor en columna vertebral de toda la reseña. En este sentido, me resultan por ejemplo bastante irritantes las críticas del ínclito Boyero en El País. Parece que al tipo le lean por decir animaladas y poner como chupa de domine la peli en cuestión, con lo cual uno se desembaraza de la obligación de verla y además se ríe un poco. Este tipo de actitudes simplistas y engoladas, que por cierto también se dan -aunque menos- en el ámbito de las reseñas literarias, te inclinan a pensar en aquel tópico de si en un crítico no hay un artista frustrado, lo que explica por qué a veces destilan tanto odio y sus reseñas llegan a parecer una venganza. Creo que lo mejor que se puede hacer con esta gente es olvidarla.

    Y, sin embargo, creo que hay que leer y escuchar. Por eso, y dado que tengo una duda corrosiva para Reyes, les pregunto -a ver si tengo suerte y algún alma buena me ilumina- ¿pido a sus majestades «Retrato de un hombre inmaduro» o «Anatomía de un instante?» No vale decir que pida los dos.

  31. […] A la hora de hacer una reseña, que a mí me guste poco o mucho una narración es algo finalmente secundario; al igual que es finalmente irrelevante leer una novela bajo sospecha, como un roman à clef, como un relato en clave. A la postre, lo importante es ver cómo funciona, de qué recursos se vale y, en todo caso, saber dar con la clave (ahora sí) de lo que allí se nos cuenta. La clave –insisto– no es el subtexto implícito, sino aquello que puede perdurar de la novela una vez pasen la actualidad, lo novedoso o la moda. […]

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