¿La España profunda?

Uno. Regresamos del cine, de una sesión de cine. Acabamos de ver Balada triste de trompeta (2010), de Álex de la Iglesia. Ir a la sala, acompañados de un público numeroso: qué placer dominical. Ha sido, sin embargo, una sesión tormentosa, accidentada. ¿Por qué?

Cuando faltaban treinta minutos de metraje ha habido un fallo técnico en la proyección, un salto: hemos visto el final y los créditos. Se han encendido las luces, el público ha protestado ruidosamente.

Ha salido el encargado, nos ha pedido disculpas, dándonos dos opciones. Primera: abandonar la sala, acudir a taquilla y recuperar nuestro dinero; segunda: permanecer sentados y regresar al momento exacto del corte. Ha habido espectadores que se han ido, airados, ofendidos. Por supuesto, nosotros hemos decidido quedarnos, retomar la historia justo en el instante en que los dos payasos protagonistas siguen disputándose el amor de la trapecista.

Porque ésta es una historia de circo: ambientada en el circo. Pero sobre todo es un film de Álex de la Iglesia. ¿Qué significa eso? Que es una suma de El día de la bestia (1995), de Muertos de risa (1999),  de La comunidad (2000), de 800 balas (2002). Es también una mezcla de imágenes que evocan y homenajean el cine de Luis Buñuel, de Federico Fellini, de Alfred Hitchcock, de Luis García Berlanga, de Sam Peckinpah, de Quentin Tarantino

Es una parodia de sí mismo. Álex de la Iglesia se ríe de sus obsesiones: las reúne otra vez en un esperpento acerbo e hiperbólico, extremadamente violento y cool. Y es una vuelta a la figura del clown, que ya aparecía en su novela Payasos en la lavadora (1997), obra que leí en su tiempo y que recomendé vivamente a mi hijo.

Dos. El protagonista de dicha obra es un joven solitario y sombrío que sobrevive y malvive a  la Semana Grande Bilbao. ¿Imaginan algo peor, sentirse aislado e iracundo mientras la ciudad bulle de alegría y camaradería? ¿He dicho que sobrevive…?

El personaje, Juan Carlos Satrústegui, odia a todos y sólo expresa rencor con intenciones claramente homicidas. Es un tipo permanentemente ebrio y desnortado, fuera de lugar: culto y desorientado. Es la suya una historia alocada, delirante y metarreflexiva, la de un poeta fracasado. Ahíto de alcohol y drogas, pero lúcido, crítico y demoledor. Tiene por meta capturar y asesinar a un crítico literario, un tal Marcuse, que ha denostado su primera obra publicada.

El recorrido alucinante –al estilo de El día de la bestia— está lleno de referencias cultas y de influencias más o menos evidentes: algunas traídas del mundo real y otras de la quincalla televisiva (como ese título que alude a un anuncio de Micolor).

Así, la novela parece un cruce de Louis-Ferdinand Céline, John Kennedy Toole y Charles Bukowski: una mezcla de malditismo y autodestrucción. Parece también un combinado de Eduardo Mendoza y Adolfo Bioy Casares con un toque de Julio Cortázar. Parece, en fin, una aleación de pop y filosofía, de literatura de fanzine y tiras cómicas, de metafísica de baratillo y tenebrismo español.

Al protagonista de Payasos en la lavadora, Satrústegui, lo veremos malherido y deforme, como una figura de Francis Bacon. También lo veremos deambular erráticamente, extrañándose de su fiesta y de sus convecinos: como un personaje de mal acomodo, como un Quijote posmoderno y violento, ajeno al mundo que lo rodea, furioso sin norte. Álex de la Iglesia firma la Introducción, una suerte de expediente literario: manuscrito hallado… en un ordenador. Vale la pena que reproduzca esas palabras:

«Encontré su portátil, un Powerbook 150, en una parada de autobuses de la Gran Vía de Bilbao, a altas horas de la madrugada, durante la Semana Grande. En el disco duro sólo apareció esta carpeta, con el extraño nombre de Payasos en la lavadora. Se trata de un conjunto de pensamientos, experiencias y recuerdos sin hilazón aparente, salvo quizá una crónica misantropía.

«No tiene firma, pero, repasando algunos detalles del texto, sospecho que se trata del ordenador de un antiguo vecino mío, un tipo delgado y nervioso al que no veo desde hace meses. En el buzón figura como Juan Carlos Satrústegui. Es escritor. Esto podría considerarse su tercera obra.

«Hablé con su familia y me dijeron que había sido ingresado en un psiquiátrico. Con su consentimiento me hago cargo de la publicación del texto, confiando que ello quizá ayude a su pronta recuperación. Lo he dividido en capítulos, he suprimido la mayor parte de los insultos a personas e instituciones, así como los párrafos directamente incomprensibles –quince líneas seguidas de consonantes, la palabra maricones repetida mil doscientas veces– o los puramente irrelevantes –cinco páginas dedicadas exclusivamente a describir diferentes tipos de cortezas de cerdo–. También he considerado conveniente introducir unas cuantas citas que saqué de un diccionario, para darle un tono un poco más universitario, por consejo de su madre».

Tres. Balada triste de trompeta tiene una banda que nos transporta a la historia sonora de España. El efecto de esa música es bien reconocible: un estremecimiento y una nostalgia inespecífica «por un pasado que murió».

Nos lo provocan canciones populares del muestrario kitsch. ¿La principal de ellas? La de Raphael (La balada de la trompeta), que nos lleva a finales de los años sesenta y principios de los setenta, justo cuando el payaso protagonista de la película accede a la edad adulta.

«Balada triste de trompeta / por un pasado que murió / y que llora / y que gime / como llooooooraaaaa».  

Pero ese pasado que murió no es un tiempo mejor. Si nos remontamos a la Guerra Civil, que es cuando empieza el film, entonces la circunstancia no puede ser más desastrosa. Si avanzamos y nos situamos a la altura de 1973, cuando el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, entonces la mediocridad y la violencia siguen presidiendo la vida española.

Álex de la  Iglesia recrea con perfecto artificio ese momento especial y lo hace con las armas que le son propias: las de la caricatura y el brochazo esperpéntico. Los personajes visten pantalones acampanados y viven en un mundo hostil y miserable.  Todo sale mal y sale torcido.

Cuatro. Tienen un pasado con el que cargan y tienen una expectativa que mengua. Su profesión está en declive y los personajes del circo, anclado en un barrio semiderruido, se emplearán finalmente  en un club de  estriptís. La mugre, la miseria, la doblez, la purria, la tristeza son ingredientes de una historia también colectiva. No hay salida y por el amor de una mujer (como en aquella canción de Dani Daniel) son capaces de todo: hasta de destrozarse la vida y de magullarse el rostro:

 Es una pena que Álex de la Iglesia no haya recuperado a Dani Daniel para su película. Pero la letra de su canción, tontorrona y cursi a simple vista, aún nos conmueve: nos transporta a esa España de raylite y plástico, de casticismo pobretón y modernidad menesterosa. Como en la película de Álex de la Iglesia: con dos payasos disputándose el amor de una mujer. El protagonista ha dado cuanto fue, lo más hermoso de su vida. Aún confía en recuperar ese tiempo que perdió:  ha de servirle alguna vez, cuando se cure bien su herida. Eso cree y eso nos cantaba Dani Daniel:

Por el amor de una mujer / jugué con fuego sin saber /que era yo quien me quemaba / bebí en las fuentes del placer / hasta llegar a comprender / que no era a mí a quien amaba / Por el amor de una mujer / he dado todo cuanto fui / lo mas hermoso de mi vida / mas ese tiempo que perdí / ha de servirme alguna vez / cuando se cure bien mi herida / Todo me parece como un sueño todavía / pero sé que al fin / podré olvidar un día / hoy me siento triste / pero pronto cantaré / y prometo no acordarme nunca del ayer…»

Cinco. He regresado al cine. He vuelto a ver Balada triste de trompeta. Es curioso lo que uno aprecia la segunda vez. Como es sorprendente lo que uno distingue cuando relee. No me refiero sólo a las grandes obras de la literatura y el cine. Hablo de todo trabajo que tenga hondura (o una mínima hondura).

Al ver de nuevo la película de Álex de la Iglesia percibo algo que no subrayé cuando me puse a escribir: estamos ante un melodrama, claramente inspirado en Pedro Almodóvar y, remotamente, en Douglas Sirk (cuyo nombre no conseguía recordar esta misma tarde hasta que me ha auxiliado un amigo). Pero hay algo más que blandura: la violencia en De la Iglesia ensombrece absolutamente cualquier atisbo de esperanza.

Balada… es un film en el que la banda sonora es mucho más que música ambiental o mero acompañamiento. Es el nervio de lo que vemos, el hilo conductor, la expresión misma de los sentimientos que se desgarran con énfasis en cada fotograma. Por supuesto, la canción que interpreta Raphael es central: por cierto, una composición cuyo autor no es Juan Carlos Calderón. Es imprescindible también Tengo el corazón contento, cantada por Marisol y bailada en la película por Carolina Bang, justo cuando está actuando en  el Club Kojak. Es uno de los pocos momentos en que sentimos alegría en una película tan sombría.

En la historia de los dos payasos y la trapecista, en la historia de Sergio, Javier y Natalia, hay también reminiscencias del cine mudo. Los gestos exagerados, incluso histriónicos, esos ademanes que manifiestan el estado de ánimo son un calco de aquella época remota del celuloide. Pero son también, claro, la expresividad de los clowns, que deben gesticular para ser vistos a distancia.

Aunque hay más, algo que aprecié la primera vez: la apropiación de la Historia que hace Álex de la Iglesia. Dicho en otros términos: las imágenes documentales, procedentes de TVE, provocan un efecto de realidad, pero sirven también para cambiar levemente los hechos y bromear de nuevo con humor negro: como, por ejemplo, cuando el payaso que interpreta Carlos Areces persigue a Natalia por la zona de Claudio Coello en Madrid. Estamos en diciembre de 1973 y algo pasa… O como cuando Francisco Franco sufre un percance en una cacería, asunto sobre el que aquí hemos hablado en el post Las cacerías de Franco. Ah, y en otra entrada titulada Mundo bizarro.

¿Y qué decir del personaje que encarna Antonio de la Torre? Impresionan la brutalidad primitiva de la que es capaz y el sentimiento de desamparo salvaje. Es un gran actor, desde luego, y su papel da miedo. Al final uno no sabe si él y sus compañeros del circo son caricaturas, justamente unos payasos que exageran, o si interpretan papeles de gran naturalismo.

En fin, tendré que dejarlo… 

Hemeroteca:

Justo Serna, «La locomotora», El País, 22 de diciembre de 2010.

41 comentarios

  1. ¡Por todos los demonios, don Justo! ¿A qué tormenta se refiere? Yo no he salido hoy de casa, pero no me ha parecido oír ninguna tormenta. ¿O era sólamente en el cine?

    Ande, hombre, explíquese, que me tiene en ascuas…

  2. …Cuando faltaban treinta minutos de metraje ha habido un fallo técnico en la proyección, un salto: hemos visto el final y los créditos. Se han encendido las luces, el público ha protestado ruidosamente.

    Ha salido el encargado, nos ha pedido disculpas, dándonos dos opciones. Primera: abandonar la sala, acudir a taquilla y recuperar nuestro dinero; segunda: permanecer sentados y regresar al momento exacto del corte. Ha habido espectadores que se han ido, airados, ofendidos. Por supuesto, nosotros hemos decidido quedarnos, retomar la historia justo en el instante en que los dos payasos protagonistas siguen disputándose el amor de la trapecista.

    Porque ésta es una historia de circo: ambientada en el circo. Pero sobre todo es un film de Álex de la Iglesia. ¿Qué significa eso? Que es una suma de El día de la bestia (1995), de Muertos de risa (1999), de La comunidad (2000), de 800 balas (2002). Es también una mezcla de imágenes que evocan y homenajean el cine de Luis Buñuel, de Federico Fellini, de Alfred Hitchcock, de Luis García Berlanga, de Sam Peckinpah, de Quentin Tarantino.

    Es una parodia de sí mismo. Álex de la Iglesia se ríe de sus obsesiones: las reúne otra vez en un esperpento acerbo e hiperbólico, extremadamente violento y cool. Y es una vuelta a la figura del clown, que ya aparecía en su novela Payasos en la lavadora (1997), obra que leí en su tiempo y que recomendé vivamente a mi hijo.

    Continuará…

  3. ¡Vaya, qué emocionante! Ya tenía yo ganas de ir a verla, pero ahora, con el aliciente añadido del posible fallo técnico, creo que será más divertido. Yo me hubiera quedado, claro está. No entiendo a la gente que se enfada por algo absolutamente fortuito. Son ganas de amargarse la existencia.

    Sin embargo, el problema está en la siguiente sesión: habrá sufrido un retraso igual al de ustedes, pero más difícil de aceptar. Creo.

    Aunque supongo que no se repetirá, pues es algo que no sucede a menudo, al menos en la actualidad. Sí hubo un tiempo en el que las salas de cine padecían este tipo de percances. La gente protestaba, pero nadie se movía de sus asientos. Tiempo era lo que nos sobraba.

  4. Tiene toda la razón, Marisa. No he entendido la reacción de una parte del público. Los más ruidosos no eran necesariamente los más jóvenes. Gente mayor, ya talludita, expresaba con ira su reacción ante el fallo técnico: como si fuera un feo personal que a ellos se les hacía; como si estas eventualidades ya no pudieran suceder. Era como una rabia infantil de niños omnipotentes expresada por adultos mal acostumbrados. El señor encargado de la sala ha sido amable todo el tiempo, ha dado explicaciones y nos ha permitido optar. Aun así, no pocos espectadores ha abandonado la sala con una ira risible: parecían secundarios salidos de una película de Álex de la Iglesia.

  5. Dos. El protagonista de dicha obra es un joven solitario y sombrío que sobrevive y malvive a la Semana Grande Bilbao. ¿Imaginan algo peor, sentirse aislado e iracundo mientras la ciudad bulle de alegría y camaradería? ¿He dicho que sobrevive…?

    El personaje, Juan Carlos Satrústegui, odia a todos y sólo expresa rencor con intenciones claramente homicidas. Es un tipo permanentemente ebrio y desnortado, fuera de lugar: culto y desorientado. Es la suya una historia alocada, delirante y metarreflexiva, la de un poeta fracasado. Ahíto de alcohol y drogas, pero lúcido, crítico y demoledor. Tiene por meta capturar y asesinar a un crítico literario, un tal Marcuse, que ha denostado su primera obra publicada.

    El recorrido alucinante –al estilo de El día de la bestia— está lleno de referencias cultas y de influencias más o menos evidentes: algunas traídas del mundo real y otras de la quincalla televisiva (como ese título que alude a un anuncio de Micolor).

    Así, la novela parece un cruce de Louis-Ferdinand Céline, John Kennedy Toole y Charles Bukowski: una mezcla de malditismo y autodestrucción. Parece también un combinado de Eduardo Mendoza y Adolfo Bioy Casares con un toque de Julio Cortázar. Parece, en fin, una aleación de pop y filosofía, de literatura de fanzine y tiras cómicas, de metafísica de baratillo y tenebrismo español.

    Al protagonista de Payasos en la lavadora, Satrústegui, lo veremos malherido y deforme, como una figura de Francis Bacon. También lo veremos deambular erráticamente, extrañándose de su fiesta y de sus convecinos: como un personaje de mal acomodo, como un Quijote posmoderno y violento, ajeno al mundo que lo rodea, furioso sin norte. Álex de la Iglesia firma la Introducción, una suerte de expediente literario de manuscrito hallado… en un ordenador. Vale la pena que repoduzca esas palabras:

    «Encontré su portátil, un Powerbook 150, en una parada de autobuses de la Gran Vía de Bilbao, a altas horas de la madrugada, durante la Semana Grande. En el disco duro sólo apareció esta carpeta, con el extraño nombre de Payasos en la lavadora. Se trata de un conjunto de pensamientos, experiencias y recuerdos sin hilazón aparente, salvo quizá una crónica misantropía.

    «No tiene firma, pero, repasando algunos detalles del texto, sospecho que se trata del ordenador de un antiguo vecino mío, un tipo delgado y nervioso al que no veo desde hace meses. En el buzón figura como Juan Carlos Satrústegui. Es escritor. Esto podría considerarse su tercera obra.

    «Hablé con su familia y me dijeron que había sido ingresado en un psiquiátrico. Con su consentimiento me hago cargo de la publicación del texto, confiando que ello quizá ayude a su pronta recuperación. Lo he dividido en capítulos, he suprimido la mayor parte de los insultos a personas e instituciones, así como los párrafos directamente incomprensibles –quince líneas seguidas de consonantes, la palabra maricones repetida mil doscientas veces– o los puramente irrelevantes –cinco páginas dedicadas exclusivamente a describir diferentes tipos de cortezas de cerdo–. También he considerado conveniente introducir unas cuantas citas que saqué de un diccionario, para darle un tono un poco más universitario, por consejo de su madre».

    Continuará…

  6. 1. Hay que reconocer que su experiencia ha sido muy «alex de la iglesia», algo así como si el cine se saliera de la pantalla y los personajes tomarán cuerpo, más o menos como en Unamuno o en Woody Allen pero, en este caso, sin que lo pretendiera el autor. Como suele decirse, «la vida copia al arte»,y la escena que ustedes vivieron me recuerda al film «La comunidad». A propósito de dicha película, alguien dijo que la Tercera Guerra Mundial habría de empezar en una comunidad de vecinos.

    2. Quitémonos de encima ya ciertos prejuicios. Al hilo de lo que usted dice, llego a la conclusión de que los jóvenes no son peores que los actuales adultos. Generalizaciones injustas al margen, yo me sorprendo viendo como los profesores de un instituto se comportan como niños que necesitan una regañina en sus reuniones o en las juntas de evaluación, sin atender al que tiene la palabra, hablando entre ellos y sin dejar oír… Esto es exactamente lo mismo que pasa en los cines: mis peores experiencias al respecto han sido con adultos, pero ya se sabe, los jóvenes de hoy son vandálicos e irrespetuosos, qué risa.

    3. Comparto la impresión de que De la Iglesia hace confluir sobre su poética fílmica una multitud de influencias de distinta procedencia y todas sumamente interesantes. Yo, si me permite, a las que usted enuncia, y un poco a vueltas con lo que dice del «tenebrismo», que es algo más que una corriente pictórica de la España del Siglo de Oro, diría que hay mucho tebeo y mucho humor negro en sus películas. Veo mucho Chumy Chúmez, mucho Fernan-Gómez, algo del esperpento de Valle… En realidad De la Iglesia es un chupóptero, un «mal alumno» en el sentido en el que denomino así a los alumnos que realmente me gustan, es decir, aquellos que toman torcidamente la lección, que transgreden el sentido académico. De la Iglesia es de este tipo de gente que crece mucho pero en direcciones enrevesadas e imprevisibles… Yo creo que sus mejores obras están por venir, y,por cierto, dicen que es el mejor presidente que ha tenido la Academia.

  7. También veo influencias de Brian de Palma e incluso de Ken Russell. Un film muy extraño Balada triste de trompeta. Con la firma de Álex de la Iglesia, una manera de hacer, un estilo. Demasiado sangriento, algo cruel y agresivo en esta ocasión, con una influencia marcada del cómic.
    Sin embargo no es una película redonda. Creo que lo mejor de Álex de la Iglesia es El día de la bestia y La comunidad. Es difícil mantener un nivel alto de creatividad, enriquecerse constantemente y evolucionar con un estilo propio, que sí lo tiene.

  8. Desconocía la existencia de esa novela de Álex de la Iglesia y tampoco he visto por ahora «Balada triste de trompeta». No sé si habrá tenido – imagino que no – alguna influencia en ambas un libro de Heinrich Böll (Nobel de Literatura en 1972) titulado «Opiniones de un payaso», en el que un payaso triste reflexiona sobre su vida en el contexto de una Alemania hundida después de la Segunda Guerra Mundial. Es una obra que incluí en una lista que de novelas que me pidieron para una manual de historia del siglo XX de próxima aparación.

    Es lo primero que me ha sugerido el tema. Luego he visto que el otro día un periodista de «El País» ya hablaba de esa posible conexión.

    Me parece un director interesante Álex de la Iglesia. Menos comercial que Santiago Segura, pero quizá más original.

  9. Si me permite, sr. Fuster, no veo tan claramente esa influencia de ‘Opiniones de un payaso’ en Álex de la Iglesia. Creo que la opción del payaso desencantado e incluso terrorífico es ya un tópico de la cultura de masas y el propio cineasta lo asume en su única novela publicada hasta la fecha.

    Álex de la Iglesia retrata muy bien a los personajes esperpénticos, pero en su mundo no hay ninguno que sea normal o profundo o serio. Quizá porque todos somos patéticos, siempre o a ratos. En cualquier caso, uno tiene la impresión de que los personajes de Álex de la Iglesia son caricaturas, pura hipérbole: algunas muy bien trazadas, pero caricaturas al fin.

    Quizá lo más interesante de la película sea la violencia brutal que son capaces de desplegar los personajes en esa España tenebrosa: la fotografía es espléndida y el atrezzo muy logrado y bien pensado. Nos repugna, pero esa «violencia gratuita» (como reza el tópico) o ese ensañamiento con que se combaten son humor negrísimo. Aquí no hay nada cómico o complaciente.

    Habrá que verla otra vez.

  10. Ahí coincidimos, Justo. He empezado mi comentario diciendo que no sabía si existía esa influencia y que, de hecho, yo pienso que no, que es simplemente una coincidencia. Ha sido una asociación de ideas que me ha venido a la que cabeza por lo que tú dices: el payaso triste (Fellini, que ya se ha citado arriba) o terrorífico (aquel que protagonizaba «It» de Stephen King) ya es un personaje clásico de la literatura y el cine.

  11. ¿Y ‘Muñeco diabólico’? ¿Y Raphael, cuya voz sirve de banda sonora en la película? Nos deleita con la canción homónima (‘Balada de la trompeta’) que es un monumento muy sentido y kitsch, un resorte tan apreciado por Álex de la Iglesia.

    Balada triste de trompeta
    por un pasado que murió
    y que llora
    y que gime
    como llooooooraaaaa

    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ahhhhaaaayy

    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ahhhhaaayy

    (tambores y trompeta tocando)
    (violín tocando)

    Con tanto llanto de trompeta
    mi corazon desesperado
    va llorando
    recordando
    mi pasaaaadoooo

    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ahhhhaaayy

    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ahhhhaaayy

    (tambores y trompeta tocando)
    (violín tocando)

    Balada triste de trompeta
    de un corazón
    desesperado.

  12. Tres. Balada triste de trompeta tiene una banda que nos transporta a la historia sonora de España. El efecto de esa música es bien reconocible: un estremecimiento y una nostalgia inespecífica «por un pasado que murió».

    Nos lo provocan canciones populares del muestrario kitsch. ¿La principal de ellas? La de Raphael (La balada de la trompeta), que nos lleva a finales de los años sesenta y principios de los setenta, justo cuando el payaso protagonista de la película accede a la edad adulta.

    «Balada triste de trompeta / por un pasado que murió / y que llora / y que gime / como llooooooraaaaa».

    Pero ese pasado que murió no es un tiempo mejor. Si nos remontamos a la Guerra Civil, que es cuando empieza el film, entonces la circunstancia no puede ser más desastrosa. Si avanzamos y nos situamos a la altura de 1973, cuando el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, entonces la mediocridad y la violencia siguen presidiendo la vida española.

    Álex de la Iglesia recrea con perfecto artificio ese momento especial y lo hace con las armas que le son propias: las de la caricatura y el brochazo esperpéntico. Los personajes visten pantalones acampanados y viven en un mundo hostil y miserable. Todo sale mal y sale torcido.

    Continuará…

  13. Gracias, Justo. No me apetecía ir a ver la película, pero, entre lo que me ha contado mi hijo y lo que nos explica aquí, ya no me hace falta. De verdad se lo agradezco, porque, vaya a saber por qué, me sentía en la necesidad de ir y ya no. ¡Uff!

    Y una puntualización que, seguramente, considerarán sin importancia, pero a mi me resulta esencial: La música. Ni Raphael, ni Mari Trini, ni Mocedades (el Consorcio), o Juan y Junior, El Dúo Dinámico, Juan Miguel (¿O es Manuel), o Julio Iglesias, Cecilia, incluso Amancio Prada… Saben música, pero aparecen, casi siempre como autores de las cosas que cantan o berrean. A este tipo de autores se les llama «Silbadores» en la SGAE, porque silban una pequeña melodía que se les ocurre y un músico de verdad, le da la duración adecuada, la adapta a la voz del sujeto o sujetos en cuestión, la orquesta, cobra y renuncia a cualquier protagonismo (Salvo en el caso de «Mocedades» que siempre ha tenido la decencia de reconocer su modo de «Componer»). En la inmensa mayoría de los casos que he citado (y en muchos más: Rocío Jurado, Rocío Durcal, Isabel Pantoja… sí, así de variados) el autor es un músico genial español, que se desahoga haciendo jazz y que es el autor de la Balada de trompeta de la que figura en todas partes Raphael como autor: Juan Carlos Calderón.

    Un abrazo a todos y felices días.

  14. Debo puntualizar, para aquellos a los que les interesen los tejemanejes de este mundo, que los que no van de «Cantautores» (Como las folklóricas, Julio Iglesias, el propio Raphael etc.), rizando el rizo de lo surreal, tienen su propio silbador, que les hace unas melodías adecuadas, que orquesta el músico de turno. Ese silbador es José Luis Perales que sabe la suficiente música como para completar una melodía, lo que facilita mucho al músico (Juan Carlos Calderón y pocos más) la labor. Cada canción se pone en un precio dislocado.

    Alex de La Iglesia debe saber esto, pero creo que no aparece el músico de esa canción, que da nombre a su película, en los créditos. Algo aceptado por todo el mundo, pero que a mí me saca de quicio.

  15. Hola, Ana. ¿Qué tal? Le agradezco las precisiones sobre la autoría de las canciones. Pero admitirá que la Balada trasciende porque hay un ‘artistazo’ (así lo califican sus fans): Raphael. Este cantante (o autor-silbador en la terminología que nos detalla) es capaz de muchas cosas, incluso de lo más kitsch. Recuerde el ‘Aquarius’:

    Justamente por eso lo elige Álex de la Iglesia, en un rescate claramente posmoderno que tiene como objetivo recrear la España del tardofranquismo.

    Ana, dice que «no me apetecía ir a ver la película, pero, entre lo que me ha contado mi hijo y lo que nos explica aquí, ya no me hace falta. De verdad se lo agradezco, porque, vaya a saber por qué, me sentía en la necesidad de ir y ya no».

    No quisiera quitarle la idea a ningún amigo, a nadie. Fíjese, Ana, cómo acababa yo mismo un comentario anterior de este post: «Habrá que verla otra vez». Las virtudes y las pegas que tiene la película las quiero confirmar viéndola de nuevo, cosa que haré esta misma semana. Quiero examinar de cerca la caricatura y quiero repensar otra vez la violencia. Y quiero ver qué salida deja Álex de la Iglesia tras el grand guignol, tras el teatro grotesco…

    Abrazos.

  16. Justo, verá, es que somos todos tan distintos que es imposible ver las cosas desde una misma óptica, desde un mismo sentimiento. Trataré de explicarle mis razones, mis motivos, aunque no hagan al caso ni importen nada.

    Verá, yo no sé si, como dice «la Balada trasciende porque hay un ‘artistazo’ (así lo califican sus fans): Raphael.» y no me parece lo fundamental para decir lo que he dicho; es que hay dos modos de arte: la fotografía y la música, en la música ligera fundamentalmente, en que la autoría se pasa por alto y es algo que me parece detestable. Seguro que a Alex de La Iglesia le motivaron la voz y el modo de Raphael, pero a mí me parece que lo absolutamente genial es ser capaz de hacer una música perfecta para las peculiarísimas características del cantante y que eso, en el contexto que sea, hay que reseñarlo y es algo totalmente al margen de la película. Lo que me comenta (e ilustra) de Aquarios, no lo podía recordar; lo he conocido aquí y gracias a usted y me deja bastante perpleja. He de confesar que no sigo a Raphael.

    Ya sé, Justo, que usted no quiere quitarle la idea a nadie de ir a ver una película, de leer un libro ¡Claro que no!, ni creo que su comentario se la quite a nadie, digamos normal. Es que me he exlpicado mal o poco. Quería decir que, dada la publicidad que le han dado a la película, pensaba ir a verla, sin ningún entusiasmo y con muy poco interés. Un poco por aquello de estar al día, de no quedarme alejada de todo lo que está en el momento, pero no me apetecía nada. Ahora creo que, entre lo leído en prensa, a usted y lo que me ha contado mi hijo, estoy suficientemente informada y me ahorro ir. No me gustan las películas que conozco de Alex de La Iglesia (ya sabe que sobre gustos…).

    Es que, además, admiro esa actitud entusiasta y juvenil suya de volver a ver películas, releer muchos textos… Es algo que no suelo hacer jamás (a eso me refería al decir que todos somos distintos). Yo tengo un sentimiento ansioso de la vida. No es ahora, es desde jovencita, tengo la sensación de que, por larga que sea, nunca me alcanzará para ver, para disfrutar de todo lo que quiero, lo que me interesa y no quiero permitirme el repasar cuando hay cosas nuevas que me esperan. Sólo sobre seguro, cuando es revisar algo que me ha entusiasmado, que me parece una obra maestra; nunca de ese modo que admiro en usted, como científico, para desentrañar hasta los mínimos detalles de algo que, naturalmente, le interesa, pero no necesariamente le fascina. Y le aseguro que, de no ser por mi prevención por ese director, su comentario, entusiasta, me habría animado a ver la película. Además, es violenta y dura, muy dura, por lo que me dicen, como suele él o más y no es que rechace eso en el cine, pero sí el modo en que son violentas las películas de este director.

    Gracias por su atención, Justo. Un abrazo cariñoso.

  17. Le agradezco, Ana, su argumentación, su buena disposición. Entiendo lo que dice: que quiere ocupar su tiempo en lo que verdaderamente le entusiasma. O que quiere emplearse en aquello que tiene un valor estético. Entiendo igualmente que no vaya a ver la película de Álex de la Iglesia: si no le gustaron las anteriores, le garantizo que ésta tampoco le gustará. ¿Por qué? Por lo que yo decía en el post: por ser un combinado o quintaesencia de ese fenómeno que es ‘Álex de la Iglesia’.

    A mí me gusta a ratos y me gusta la mala uva que le pone a sus retratos; me gusta su iconoclastia cuando no se desborda y me gusta la mezcla de lo bajo y de lo alto, de lo castizo y lo posmoderno, de lo popular y lo refinado, de la ternura y de la violencia. Lo que no sé es si Álex de la Iglesia puede ser quien es sin el grand guignol: si es capaz de contarnos historias sin ese sarcasmo atroz. Vimos ‘Los crímenes de Oxford’, que no gustó a sus incondicionales. ¿Por qué? Porque se salía del esperpento… Volveré sobre esto y volveré al cine.

    Ana, un abrazo.

  18. Cuatro. Tienen un pasado con el que cargan y tienen una expectativa que mengua. Su profesión está en declive y los personajes del circo, anclado en un barrio semiderruido, se emplearán finalmente en un club de estriptís. La mugre, la miseria, la doblez, la purria, la tristeza son ingredientes de una historia también colectiva. No hay salida y por el amor de una mujer (como en aquella canción de Dani Daniel) son capaces de todo: hasta de destrozarse la vida y de magullarse el rostro:

    Es una pena que Álex de la Iglesia no haya recuperado a Dani Daniel para su película. Pero la letra de su canción, tontorrona y cursi a simple vista, aún nos conmueve: nos transporta a esa España de raylite y plástico, de casticismo pobretón y modernidad menesterosa. Como en la película de Álex de la Iglesia: con dos payasos disputándose el amor de una mujer. El protagonista ha dado cuanto fue, lo más hermoso de su vida. Aún confía en recuperar ese tiempo que perdió: ha de servirle alguna vez, cuando se cure bien su herida. Eso cree y eso nos cantaba Dani Daniel:

    Por el amor de una mujer / jugué con fuego sin saber /que era yo quien me quemaba / bebí en las fuentes del placer / hasta llegar a comprender / que no era a mí a quien amabas / Por el amor de una mujer / he dado todo cuanto fui / lo mas hermoso de mi vida / mas ese tiempo que perdí / ha de servirme alguna vez / cuando se cure bien mi herida / Todo me parece como un sueño todavía / pero sé que al fin / podré olvidar un día / hoy me siento triste / pero pronto cantaré / y prometo no acordarme nunca del ayer…»

    Hemeroteca:

    Justo Serna, «La locomotora», El País, 22 de diciembre de 2010.

  19. No sé si esto interesará a alguien.

    Me han escrito dos personas (dos amistosos corresponsales, vamos a llamarlos así) preguntándome por qué no cambio el post. Uno de ellos me lo ha dicho claramente: no le gusta Álex de la Iglesia y cree que le estoy dando mucha bola.

    Le he contestado más o menos lo que ahora pongo aquí: que no lo cambio aún, que el post todavía está ‘in progress’, que mañana vuelvo a ver la película, que quiero experimentar una nueva impresión al contemplar esas imágenes otra vez…

    No es haraganería ni falta de ideas (eso creo). Son las ganas de examinar nuevamente el efecto que este film me provoca. Para bien y para mal. Me gusta citar aquello que decía Emil Cioran…: que no deberíamos escribir sobre lo que no hubiéramos releído. Aplíquenlo al cine: no deberíamos escribir sobre lo que no hubiéramos visto y vuelto a ver. Es quizá exagerado pero, bien mirado, no le faltaba razón.

  20. Así que un contrapicado de Alarte con el Ave, ¿eh?. Ya veremos cómo queda retratado tras las próximas elecciones.

  21. Estimada amiga, usted alude a un pasaje de mi columna de El País. Es éste: «Francisco Camps se fotografió con un AVE virtual hace varios años, como si él gobernara la locomotora. Con mucho morro, una locomotora con mucho morro, que dice el castizo. Y Jorge Alarte se presenta hoy como adalid, retratado en contrapicado y majestuoso. Con alta responsabilidad, añade ufano».

    Lamento no haber podido conseguir ese cartel de Camps de hace ocho años. Pero no invento: lo vi, lo vi. En primer plano destacaba el candidato popular y, detrás aunque algo desdibujado, distinguiamos el perfil del AVE, como si ya estuviera implantado y circulando. Era, cómo decirlo, una sencilla mentira electoral, una ficción persuasiva, un embeleco, una artimaña ideada para el público municipal y espeso: o, mejor, un ejemplo de la irrealidad que el PP de la Comunidad Valenciana suele cultivar con tanto rendimiento. Lástima que no le pusieran banda sonora. Yo les habría propuesta ésta:

    La imagen de Alarte sí que la tengo. Es ésta:

    Es un díptico electoral. En el anverso tenemos dibujado el perfil borroso del AVE, ahora sí: el que se ha inagurado. Y en el reverso tenemos un primer plano de Jorge Alarte. Como digo, la cámara lo ha enfocado de abajo a arriba, con una leve inclinación, lo que da siempre impresión de majestuosidad y dominio. Ese efecto se acentúa aquí con la mirada perdida, distante e incluso soñadora del candidato. Por si había alguna duda, la leyenda que acompaña a la fotografía dice: «Te traemos el AVE». Esa afirmación es muy dudosa porque se asocia al candidato y al partido PSPV-PSOE | Socialistes Valencians: es decir, se presenta el tren como una dádiva de dicha organización. Los socialistas valencianos y concretamente Alarte no nos traen el AVE. En todo caso, son el Gobierno de España y los impuestos de los españoles los responsables. Además, el contrapicado de Alarte era un énfasis innecesario si se le quería asociar al éxito ferroviario..

    «Así que un contrapicado de Alarte con el Ave, ¿eh? Ya veremos cómo queda retratado tras las próximas elecciones», apostillaba usted con mucha maldad… Lo ha dicho usted, usted: yo no, por Dios, que soy persona moderadísima.

  22. Cinco. He regresado al cine. He vuelto a ver Balada triste de trompeta. Es curioso lo que uno aprecia la segunda vez. Como es sorprendente lo que uno distingue cuando relee. No me refiero sólo a las grandes obras de la literatura y el cine. Hablo de todo trabajo que tenga hondura (o una mínima hondura).

    Al ver de nuevo la película de Álex de la Iglesia percibo algo que no subrayé cuando me puse a escribir: estamos ante un melodrama, claramente inspirado en Pedro Almodóvar y, remotamente, en Douglas Sirk (cuyo nombre no conseguía recordar esta misma tarde hasta que me ha auxiliado un amigo). Pero hay algo más que blandura: la violencia en De la Iglesia ensombrece absolutamente cualquier atisbo de esperanza.

    Balada… es un film en el que la banda sonora es mucho más que música ambiental o mero acompañamiento. Es el nervio de lo que vemos, el hilo conductor, la expresión misma de los sentimientos que se desgarran con énfasis en cada fotograma. Por supuesto, la canción que interpreta Raphael es central: por cierto, una composición cuyo autor no es Juan Carlos Calderón. Es imprescindible también Tengo el corazón contento, cantada por Marisol y bailada en la película por Carolina Bang, justo cuando está actuando en el Club Kojak. Es uno de los pocos momentos en que sentimos alegría en una película tan sombría.

    En la historia de los dos payasos y la trapecista, en la historia de Sergio, Javier y Natalia, hay también reminiscencias del cine mudo. Los gestos exagerados, incluso histriónicos, esos ademanes que manifiestan el estado de ánimo son un calco de aquella época remota del celuloide. Pero son también, claro, la expresividad de los clowns, que deben gesticular para ser vistos a distancia.

    Aunque hay más, algo que aprecié la primera vez: la apropiación de la Historia que hace Álex de la Iglesia. Dicho en otros términos: las imágenes documentales, procedentes de TVE, provocan un efecto de realidad, pero sirven también para cambiar levemente los hechos y bromear de nuevo con humor negro: como, por ejemplo, cuando el payaso que interpreta Carlos Areces persigue a Natalia por la zona de Claudio Coello en Madrid. Estamos en diciembre de 1973 y algo pasa… O como cuando Francisco Franco sufre un percance en una cacería, asunto sobre el que aquí hemos hablado en el post Las cacerías de Franco. Ah, y en otra entrada titulada Mundo bizarro.

    ¿Y qué decir del personaje que encarna Antonio de la Torre? Impresionan la brutalidad primitiva de la que es capaz y el sentimiento de desamparo salvaje. Es un gran actor, desde luego, y su papel da miedo. Al final uno no sabe si él y sus compañeros del circo son caricaturas, justamente unos payasos que exageran, o si interpretan papeles de gran naturalismo.

    En fin, tendré que dejarlo…

  23. Pues a mí sí me gusta Alex de la Iglesia -moderadamente- y pienso ir ya a ver la película; con Alarte, por contra, no sé qué me pasa, como que me deja frío… Como dice Woody Allen a una persona religiosa, cuya felicidad envidia, cuando ésta le pregunta si él cree:

    -«… Pueeess, no… pero ¡quiero creer!»

    Es lo que me pasa a mí, que quiero creer, pero que Dios no proyecta la Gracia sobre mí, pobre mortal que vaga sin rumbo por un mundo escéptico y desencantado, voy a tener que pecar jartándome de cava para olvidarlo.

    Me gustaría desearles a todos una feliz Navidad, pero antes algunas observaciones de urgencia muy de ciudadano con el vicio de encender diariamente la tele.

    1. Ayer Iñaki Gabilondo dirigió y presentó su último programa en CNN plus. Es emocionante su despedida, en la que se dirige a jóvenes periodistas como los que le han acompañado en este tiempo. Iñaki parece cansado, no viejo, pero sí desencantado por un mundo en el que el fanatismo -que, añado yo, se vende siempre barato y pega pues mejor en tiempos recesivos- parece estar venciendo a quienes siguen creyendo en la honestidad crítica. (Sí, ya lo sé, dicen que Gabilondo es un hombre de Prisa y demás, lo mismo que los de otras cadenas son del PP… Pues miren, no, no es cierto. A mí me parece el mejor y más libre periodista de este país, qué le vamos a hacer) Me gustó cuando dijo que a veces la ilusión se va y que a lo mejor no vuelve, pero que lo que no se puede perder nunca es la voluntad. Me gusta esa manera tan kantiana de estructurar la libertad sin encantos ni soflamas baratas. En suma -y dicho para los jóvenes periodistas, todos ellos con el futuro en plena incertidumbre- que lo que nunca hay que hacer, y cito al Iñaki de anoche, «es rendirse».

    2. Iñaki entrevistó a Pérez Rubalcaba. No deja de llamarme la atención la profunda inquina que le tiene la derecha. No me entusiasma el caballero, pero todos los días hay una legión de personajes detestables que le insultan, con lo que termina pasando lo que a mis mayores con los comunistas en los años de hierro, que a fuerza de escuchar a la gentuza prevenirte contra ellos terminabas pensando que debían ser unas personas encantadoras. Dicho lo cual, creo que tiene una parte considerable de razón en lo referente a la Ley Sinde, por más que sean discutibles los procedimientos e incluso el fondo de la normativa que el gobierno intenta aprobar contra la piratería. Ahora bien, lo que sí me parece una vergüenza es lo que está haciendo la oposición con este tema. No me creo la sinceridad de uno solo de los miembros del Congreso que han votado en contra, tampoco por cierto los de IU. Si no les gusta la ley sinde, deben formular alternativas, pero es un acto de hipocresía repugnante dejar que el gobierno se desgaste solo ante la presión de los internautas cuando todos los partidos -empezando por el PP- saben que no va a haber más remedio que normativizar la Red. Hipocresía y oportunismo de los padres de la patria… (quiero creer…, pero es que no puedo)

    3. Baltasar Garzón, el otro entrevistado de la última noche gabilondiana me convenció plenamente. Creo que hay un sector de la judicatura que le persigue, que las maneras de hacerlo tienen un sesgo fuertemente predemocrático y que algunas garantías esenciales de la ciudadanía, empezando por la presunción de inocencia, están tambaleándose peligrosamente en este asunto. Cuando más escucho sobre las escuchas de Gurtel, sobre los dineros y la supuesta prevaricación del asunto de los cursos en América y la subvención de Botín, y finalmente sobre lo de la memoria histórica, más me convenzo de que Garzón es víctima de una cacería. Por lo que a mí respecta pienso hacer todo lo que esté en mi mano, que será mucho si todos nos unimos, para parar esta terrible injusticia, que me empieza a parecer un símbolo de la lucha por las libertades en nuestro país, una lucha por lo visto eternamente inconclusa.

    4. Muñoz Molina tiene toda la razón en su indignación contra lo que El País Semanal hizo el pasado fin de semana. Aquí hemos hablado de Belén Esteban, pero siempre nos hemos referido a ella como un fenómeno sociológico, sin que nadie dudara que se trataba, antes que nada, de una figura esperpéntica, por no hablar del siniestro entorno que maneja al personaje. Pero allí no se habló en esa línea crítica de todo ello. Con un acompañamiento gráfico que la pone como un personaje un poco de Warhol, un poco de Picasso y un poco de Almodóvar, el reportaje dice cosas como ésta: «Fuerte y frágil; madre coraje y sostén de su familia…» Vamos, que con esto de la recesión los señores de Prisa han optado por tirarse al rollo. Primero el Ondas al amigo Jorge Javier y ahora esto… Yo me voy a escuchar Radio Klara.

  24. Banda sonora de ‘Balada triste de trompeta’

    Unas de las canciones:

    La quiero a morir, de Francis Cabrel

  25. El día de Navidad fui a ver “Balada triste de trompeta”. Todavía resuena en mi cabeza el lamento de Raphael:

    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ah
    Ah..aH..aH..Ahhhhaaaayy…

    También el sonido de los tambores de esa agónica saeta que marca el ritmo de aparición de los títulos de crédito… Qué magnífico comienzo, por Dios, para quitarse el sombrero. Les parecerá una tontería, pero es una de las cosas que más me han impresionado de esta película.

    Y los ojos de Natalia tampoco se olvidan…

    Coincido con el Sr. Serna, veo influencias de Tarantino, de Almodóvar, de Berlanga, incluso me atrevería a decir que del Brian de Palma de hace treinta y tantos años: hay un momento ‘Carrie’ que no sé si usted lo vio también, don Justo.

    Sabio manejo del drama, del amor, de la amistad, de la violencia, del esperpento… Alex de la Iglesia no me dejó indiferente. Volveré a verla, sin duda.

  26. Vaya, Leda, gracias por esta información que nos enlaza. Veo, además, que estuvimos finos cuando discutimos sobre esta película, contrariamente a lo que hoy me pasa y usted y su santo han podido comprobar: que yo al menos estoy espeso, agosteño y desentrenado en este mes vacacional.

    Un abrazo, recuerdos a su distinguido esposo y a ver si nos vemos pronto para seguir departiendo. De lo que se escribe se piensa o se acaba pensando.

    Agosto de 2011: llevo 20 días sin escribir nada. Temo la puestaa punto. Hay gente que siempre está brillante y ocurrente –como De la Iglesia.

  27. Cuando quiera, Sr. Serna. Departir con usted siempre es un placer, incluso estando espeso… jajajaja. Aunque espesos y agosteños (me gusta este adjetivo) estuvimos todos; es lo que toca en vacaciones ¿no?
    La verdad es que, a pesar de algún pequeño contratiempo, lo pasamos estupendamente.

    Sí, estábamos muy finos y muy eruditos en este post. Bueno, en éste y en todos: siempre he dicho que son ustedes muy buenos analistas.

    (Madre mía… hace más de ocho meses que fui a ver ‘Balada triste de trompeta’ y me parece que sólo han pasado dos. )

    Bueno, ya queda menos para que nos abra la ‘paraeta’, Sr. Serna. Un mes entero sin escribir… A ver, a ver, ese post.

    Otro abrazo, y recuerdos de “mi santo”.

  28. Gracias, Leda, por la confianza.

    Deberé entrenarme para escribir el nuevo post. Además, durante este mes loco (prima de riesgo, JMJ, etc.) tengo una impresión de irrealidad…

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