Blasco y Camps, Crispín y Leandro

Blog de Campaña de El País

(Comunidad Valenciana)

Prólogo. Hoy es domingo, día de mucho teatro. Meses atrás, José Sancho estrenaba en Valencia Los intereses creados (1907), de Jacinto Benavente. De haber permanecido en cartel la obra de don Jacinto, el Consell de Francisco Camps podría haber acudido esta misma tarde. Imaginemos la escena.

I. Los consejeros de la Generalitat Valenciana se dirigen al Teatro Rialto. Han hecho venir también  a Carlos Fabra. Dado que se retira, estos desahogos alivian al anciano de Castellón. Encabeza la comitiva Francisco Camps, que marcha erguido. Lo asisten Rafael BlascoAntonio Clemente. Desde la plaza de Manises hasta la del Ayuntamiento, la comitiva camina con paso firme, enérgico. Se escuchan aplausos. ¿Será la Virgen de los Desamparados, que hoy es su día? Nuestros representantes políticos se disponen a entretenerse sin mayores cavilaciones y una obra de don Jacinto Benavente siempre puede ser un buen remedio.

 II. Se levanta el telón. Comienza la historia, la historia de Crispín y Leandro, que se desarrolla en una ciudad de la que no conoceremos su nombre, una ciudad de gran negocio y mucho mercadeo. Todo transcurre bien hasta que de  pronto se extiende entre la comitiva del Consell  un extraño malestar. Lo que creían un simple entretenimiento se convierte en un incómodo espectáculo. La obra parece escrita para escarnecer a los truhanes políticos.

 ¿Quiénes protagonizan la pieza? Crispín y Leandro, ya digo: dos embaucadores que se aprovechan del despiste de los demás; dos charlatanes en aprietos que se sirven de incautos y ambiciosos para sus propios medros. ¿Qué consiguen con esos ardides? Como pícaros que son, trabajan para no trabajar: Crispín y Leandro son unos bribones parlanchines en un mundo de apariencia y velos. Caminan emboscados tras la farsa. Son unos vividores. O lo que es lo mismo: unos  farsantes que han engañado a todos, obteniendo favores y adelantos. Estas sumas o ayudas les han permitido ir tirando e incluso ir prosperando, con mucha representación y fraude. Pero su porvenir no es nada prometedor, pues la Justicia está a punto de descubrirlos y reducirlos.

III. Crispín, un tipo realmente avispado, salva la situación con gran realismo. Se trata de jugar con ventaja o, mejor, de conjugar las ventajas comunes, de hacer valer la componenda y los intereses. Como han tejido una extensa red de dependencias, como sus proveedores y amigos les han ayudado, conviene hacerles ver el rendimiento colectivo: la caída de los impostores arruinaría a todos, por lo que el éxito de Crispín y Leandro es el triunfo de cada uno de ellos. Por eso, como dice Crispín en el acto II, cuadro III, escena IX, “mejor que crear afectos es crear intereses”. Ésa es la principal enseñanza. “Basta con aceptar lo que los demás han de ofrecernos”, admite Crispín en la escena IV de ese mismo acto. O, en otros términos, “piensa que hemos creado muchos intereses y es interés de todos el salvarnos”. Así concluye el pícaro: con total desvergüenza y con mucho realismo.

 IV. Transcurren unos minutos y acaba la obra. Cae el telón. Se encienden las luces. La comitiva del Consell se retira en silencio. Ha resultado una representación algo embarazosa. ¿Acaso porque los espectadores, espectadores tan distinguidos, se sentían reproducidos en las tablas? De regreso al Palau de la Generalitat se establece entre Francisco Camps y sus amigos un pequeño dialogo.  ¿Hay que ser virtuosos?, se preguntan. ¿Qué triunfa? ¿La farsa o la realidad, la picardía o la nobleza, el interés o el amor, la humanidad o el dinero, la justicia o la prevaricación?  No hay que ambicionar los bienes ajenos, insiste alguien. Otro paseante, al que no distinguimos bien, añade: Jacinto Benavente alecciona sobre la virtud y el engaño, sobre el timo y la ambición, sobre el egoísmo y los intereses, sobre los comportamientos tramposos e impostores.

 V. A Camps se le ve circunspecto y apesadumbrado. Se siente dolido. Es como si les hubieran afeado la conducta. De inmediato interviene Rafael Blasco, que aclara algunos pormenores de la obra de don Jacinto. Para el dramaturgo, todo está perdido, dice. O todo está ganado. Inevitablemente, los intereses materiales y la desvergüenza están por encima de la bondad y de la rectitud, precisa Blasco.

 Quienes escuchan  respiran aliviados, maravillándose de la perspicacia de Blasco, que obra prodigios: un gentío se agolpa lanzando hurras al paso de la comitiva. Al fondo se escucha un volteo general de campanas. Por los altavoces de la Plaza de la Mare de Déu se oye a doña Concha Piquer, que canta La Maredeueta.

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6 comentarios

  1. Es la mejor representación de «Los intereses creados» que he visto nunca. O mejor dicho, que he leído. Porque cuando vi la actuación de Pepe Sancho y compañía, ya me vinieron a la mente los personajes que representaban, pero es que usted lo cuenta tan bien, con tanto realismo y socarronería, que don Jacinto, desde su tumba, debe estar diciendo: «Eso, eso es lo que yo quise decir».

    Insisto, señor Serna, debería usted haberse dedicado a la comedia, su éxito sería clamoroso. Felicidades.

  2. Ya le advertí Sr. Serna lo de la picaresca valenciana…

    Plas, plas, plas. Muy buena representación.

  3. Sra. Casero, le agradezco su confianza, pero yo no sé escribir novela: me gusta leer novelas.

    Un saludo.

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