Pedro Salinas y Antonio Muñoz Molina

Las voces a ustedes debidas 
[V. 2016]

Uno. Hace un año, Marisa Begué reprodujo en su muro de Facebook un fragmento poético de una belleza y de una expresividad conmovedoras. Son versos archiconocidos, pero no por ello gastados. Conservan todo el vigor.

La poesía, cuando alcanza la cima (y perdonen esta expresión tan vulgar), bombea sin que al verso le amenacen el desfallecimiento o la ruina verbal, el estado inerte.
Digamos una obviedad. El poema de Pedro Salinas, el fragmento con el que nos obsequiaba Marisa, es de esa clase. Han pasado décadas y décadas desde que apareciera La voz a ti debida (1933) y su latencia no se agosta ni se detiene. 

Lo hemos leído y vuelto a leer y al poeta le descubrimos nuevos matices, una diferente entonación, que es la nuestra cada vez. 

En este poema, la voz dice para desdecirse, pues la palabra no atrapa ni retiene el amor clandestino y libertino, el puro acto de amar a quien ama cuando quiere querer.

Está demostrado, gracias a la correspondencia, que Salinas se inspiró en Katherine R. Whitmore. Quién pudiera imaginar…

Esa arrebatada relación, que Whitmore y Salinas mantuvieron en los años treinta, le sirvió a Antonio Muñoz Molina para recrear ficticiamente la historia que relata en La noche de los tiempos (2009).

¿Es un calco de aquel amor remoto? No es preciso descubrirle a un autor la fuente o las fuentes en las que se inspira. ¿Por qué razón? 

Entre otras cosas porque el amor que el novelista imagina está hecho con sus lecturas, con su cultura, pero sobre todo con su propia hechura: con lo que internamente experimenta y luego expresa y que es parte literal de sí mismo. 

Ahora bien, cuando releí  La voz a ti debida tras La noche de los tiempos, el poema había cambiado para mí. Ahora ya siempre, definitivamente, ese Salinas estará condicionado por Muñoz Molina.

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Dos. Nos debemos a nosotros mismos, a nuestras capacidades. No podemos resignarnos a un perezoso pasar. Tenemos que sacar esas pequeñas cualidades o rarezas que nos distinguen: total, nos vamos a morir…

¿Para cuándo queremos reservar nuestra fuerza? Hay que tonificar el yo y la lectura no rellena, sino que preserva lo que somos y nos altera: alterar en el sentido de trastornarnos, arrebatarnos. 

Ese individuo que lee, cualquiera de nosotros, siente un hormigueo o incluso una punzada en el alma o en el estómago y es entonces cuando averigua lo que no sabía y lo que no sabía que sabía, según frase prestada que repito y repito.

A mí me pasa cuando disfruto con mis libros. Con los que leo y también con los que escribo: con aquello que expreso animosa o torpemente para ustedes. 

Tengo varios libros recientes publicados o a punto de publicarse de diferente materia y composición, con seriedad y con humor, con severidad ensayística y con guasa circunstancial. Las voces cambian… No sé con cuál me he consumido más, me he gastado más.

Yo no escribo poemas ni novelas, pero los versos incólumes de otros y las historias que sostienen mi imaginación, me ayudan a entenderme. Al menos antes de que me muera. Y me auxilian las voces a ustedes debidas. 

Para mí, la felicidad es eso.

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